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Lunes 3 de julio de 2000



Lavados y lavamientos

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Hermano Pablo
Colaborador

Eran cinco hombres, todos capitaneados por Raúl Vivas, argentino de treinta y nueve años de edad. Todos eran hombres hábiles y educados, y amantes de la limpieza. Los hermanos Nazaret y Víctor González, más Juan Carlos Pérez y Rubén Santos, junto con Raúl Vivas, formaban la banda.

Era una banda de lavadores, pero no lavadores de coches, o de casas o de ropa. Eran lavadores de dólares provenientes del narcotráfico. Llegaron a lavar millones de billetes verdes. Pero fueron arrestados, enjuiciados, hallados culpables y condenados a 505 años de cárcel cada uno.

La palabra "lavado" encierra la idea de limpieza, de pureza, de pulcritud. Pero ha tomado en este siglo dos significados bien extraños.

Uno es el "lavado de cerebro", que más se identifica con lo que hacían los comunistas chinos cuando convertían a hombres inteligentes en zombis.

Después apareció el "lavado de dólares." Este es el sistema de los narcotraficantes de colocar el dinero, proveniente del tráfico de drogas, en empresas que dan la apariencia de ser honestas y legales.

¡Qué interesantes frases estas de "lavado de cerebro" y "lavado de dólares"! Son expresiones muy de este tiempo. Y uno se pregunta: ¿Qué otros usos podrá darle el hombre al vocablo "lavado"?

Quizá intente hacer un lavado de las leyes humanas. Quizá trate de encogerlas, o debilitarlas para que en vez de condenar al delincuente, lo indulte.

O tal vez intente hacer un lavado de las leyes morales de Dios. Quizá trate de ridiculizarlas, o darles un carácter anticuado para que no tengamos que sujetarnos a rigores y códigos que afectan nuestra conducta carnal y materialista.

O tal vez intente el hombre hacer un lavado de la conciencia, tratando de convencerse de que su dictamen no es más que alguna exigencia puritana. Así no sentirá culpabilidad al practicar todo lo malo que se le antoje.

De todos modos, estos lavados no alteran nada. Las leyes del hombre, las ordenanzas de Dios y nuestra conciencia nos perseguirán toda la vida.

¿Qué tenemos que hacer? Tenemos que ser lavados en la sangre bendita del Señor Jesucristo. Esa sangre poderosa y eficaz nos limpia de todo pecado. Digamos como decía el salmista David: "Lávame de toda mi maldad y límpiame de mi pecado" (Salmo 51:2). Nuestra alma, nuestra conciencia y nuestra vida entera quedarán perfectamente limpias para siempre. Permitamos que Cristo purifique nuestra vida.

 

 

 

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