Ricardo Martinelli ya está en el poder. Todo indica que imprimirá un estilo de gobierno dinámico; no será presidente refrigerado, al contrario estará en las calles y prueba de ello es que su primer Gabinete no será en las cómodas oficinas del Palacio de Las Garzas, sino en Las Garzas, un populoso sector de Panamá Este.
El inicio de un nuevo gobierno genera esperanzas de un mejor futuro. Las promesas de Martinelli fueron: bajar la canasta básica, otorgar B/.100 mensuales a los adultos mayores que no gozan de una jubilación; becas y útiles escolares para los pobres; el mayor programa de empleo generado por la construcción del Metro; dispensarle seguridad de los panameños; convertir a Panamá en el mejor lugar de América Latina para hacer negocios y una alianza con México y Colombia para enfrentar el narcotráfico.
Sin embargo, los planes y promesas de Martinelli se enfrentan a la realidad de una crisis económica global, cuyos efectos ya comienzan a sentirse en Panamá. Más que ganas y buena voluntad, para salir del hueco se necesita inversión.
La ampliación del Canal deberá ser el principal proyecto a desarrollar durante la administración Martinelli y la construcción del Metro. Deben ser obras que utilicen la mayor cantidad posible de mano de obra panameña, para así mitigar los efectos del zaparzo que sufre la economía.
El otro gran reto será minimizar la ola de violencia y delincuencia que sufre Panamá. El problema panameño es la malentería común y el narcotráfico y así lo deben entender los nuevos encargados de la Fuerza Pública, que deberán hacer esfuerzo para recuperar la mística de policías desmotivados.
Los panameños también esperan que el costo de los productos alimenticios bajen. No es posible que un plátano hoy día cueste 40 centésimos la unidad y que la libra de arroz la vendan en 50 centésimos.
Hoy se inicia la era Martinelli; en cinco años habrá un balance de su gestión y ese día se podrá determinar si en realidad cumplió sus promesas de cambio o si por el contrario fue algo más de lo mismo.