Con la captura de Vladimiro Montesinos se consolida el criterio de que estamos llegando a una nueva etapa en América Latina, que la delincuencia de cuello blanco, ya no goza de impunidad. La eliminación de la impunidad, se ha logrado gracias al entendimiento de los Estados Unidos, que no sólo vale desmantelar los sistemas civiles o militaristas de corte totalitario, sino que urge llevar a los abusadores del sector público a las cárceles.
El ex hombre fuerte y aliado de la CIA, el panameño Manuel Antonio Noriega, provocó una invasión para lograr su arresto. El intocable violador de los derechos humanos y aliado de Inglaterra en la guerra de las Malvinas, Augusto Pinochet, fue detenido en ese país europeo, por casi un año, y hoy se le sigue proceso en su país. El expresidente peruano Alan García también procesado, aunque todavía no sabemos el final de sus acusaciones de corrupción.
El dos veces presidente argentino, Carlos Menem, a pesar de todo el prestigio de su gestión, se encuentra privado de su libertad, acusado de encabezar un grupo que vendía armas a Croacia y Ecuador. Tampoco se puede olvidar el mandato autocrático y despótico del dictador paraguayo Alfredo Stroessner, quien en su momento llenó sus arcas y atentó contra los derechos humanos, hasta que un golpe de Estado dirigido por su consuegro, lo exilió en Brasil, en donde se espera que se resuelva un proceso de extradición. No es extraño que pronto, por ejemplo, Carlos Salinas de Gortari sea requerido por la justicia de su país, en la medida que se investiguen las causas de su enriquecimiento ilícito. Para avanzar en Indoamérica se hace necesaria la encarcelación de los poderosos políticos u hombres fuerte de los gobiernos que toman la hacienda pública como patrimonio personal. |