Fue como vivir en un túnel durante veinte años. Ese túnel de ceguera lo padeció Karl Rischer, de Viena, Austria. Pero a lo largo del túnel, Karl tuvo una luz a su lado. Fue su esposa Gerda, enfermera especializada, que lo amó todo ese tiempo. Gerda lo conoció siendo él ciego, y se casó con él en ese estado. Lo cuidó, lo ayudó física y moralmente, y estuvo siempre a su lado.
Sin embargo, a los veinte años Karl recuperó la vista y, al ver que Gerda no tenía un rostro bonito y agraciado, se divorció de ella. "Es el colmo de la ingratitud", comentó el juez.
Tenía toda la razón aquel juez. Karl Rischer era, sin lugar a dudas, un ingrato. Puede ser posible que Gerda no tuviera un rostro de artista de cine -aunque la belleza física es algo muy subjetivo-, pero sí tenía un corazón de oro, un alma bondadosa, un espíritu noble. Divorciarse de ella sólo porque no era bonita, después de haber recibido durante veinte años su cuidado y su amor físico y espiritual, era una ingratitud imperdonable. Aun con sus ojos físicos sanos, aquel hombre estaba ciego de alma y de conciencia.
Quizá la belleza física tenga algún valor. Todo hombre normal sabe apreciar la belleza en una mujer. Pero la belleza física siempre es superficial y pasajera. La belleza que vale es la interior, la moral, la que llevan en el alma las personas serviciales y humildes. Bien dice la Biblia: "Engañoso es el encanto y pasajera la belleza; la mujer que teme al Señor es digna de alabanza" (Proverbios 31: 30).
No siempre un bonito rostro femenino va acompañado de un corazón bueno. El rostro bello de muchas mujeres se parece a esas atractivas alfombras de césped verde que hay en los bosques, pero que ocultan por debajo arenas movedizas.
¿Cuál debió ser la actitud de Karl Rischer? Mirar el rostro, quizá cansado, de su esposa, y ver allí a la mujer que durante veinte años estuvo a su lado, lo cuidó, lo amó, y le dio todo lo bueno que una buena esposa sabe dar.
Se necesita un corazón consciente de Dios para tener buenos sentimientos. Y ese corazón sólo Dios lo puede dar. Pidámosle al Señor Jesucristo un corazón así, y todo lo podremos ver con el cariño y el amor, el entendimiento y la comprensión con que Dios nos mira a nosotros.