Unas 99 familias de la barriada 31 de Octubre, en el corregimiento de Lídice, se encuentran hace seis años a la espera de muchas promesas, aún no concretizadas.
Su norte como comunidad, es mejorar su calidad de vida, ya que no poseen los servicios básicos.
En 1999, este grupo de capireños invaden terrenos privados para establecer sus hogares en este sector, ante la falta de recursos económicos para poder adquirir un techo digno.
Y aunque el Estado le pago al dueño por sus tierras, los pobladores no tienen los legítimos derechos posesorios y la posibilidad, a través de los documentos legales, de poder obtener luz, agua potable, calles y otros servicios.
ABUNDAN LAS NECESIDADES
En una radiografía del lugar, la pobreza como producto del desempleo reina en la barriada, por tanto se suman otros problemas de índole social-familiar.
Algunos residentes tienen un empleo fijo, pero en su gran mayoría sobreviven de los trabajitos eventuales, lo que permite llevar algunos reales para poder subsistir.
Hay días que hay qué comer, y otros, que logran un bocado de alimento, gracias a la solidaridad y de lo que el vecino les puede ofrecer.
No tienen calles, sin embargo han logrado trazar caminos improvisados llenos de lodo y piedras. La cosa se pone peor cuando llueve, ya que las casitas, hechas a base de zinc y madera, se inundan por las filtraciones internas.
Unas ocho plumas comunitarias, ubicadas en distintos puntos del sector, permiten el acceso al vital líquido.
Servicios de letrinas y las famosas “telarañas” son otras de las dificultades que viven diariamente los chicos, jóvenes y adultos.
La vida para estos panameños no es fácil, sin embargo la llama de la esperanza de mejores días se mantienen con las promesas de que algunos trabajos comunitarios iniciarán durante el verano del próximo año.