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La Gran Muralla Alemana, como algunos ya lo llaman, participa por tercera vez en un Mundial, pero las dos veces anteriores lo hizo como portero suplente.  |
El portero y capitán de la selección alemana de fútbol, Oliver Kahn, afronta este domingo su primera final del mundo transformado en la figura de un equipo por el que nadie daba nada antes de llegar a Corea-Japón y que sorprendió a todos.
Kahn no solamente es quien impone orden en la escuadra germana sino que, además tiene la valla menos batida de un Mundial que --hay que reconocerlo-- fue mezquino en anotaciones.
Pero quienes enfrentaron a Alemania conocen la destreza de este hombre, que durante la Copa del Mundo festejó sus 33 años, ya que solamente le han anotado un gol en seis envcuentros.
La Gran Muralla Alemana, como algunos ya lo llaman, participa por tercera vez en un Mundial, pero las dos veces anteriores lo hizo como portero suplente.
Kahn fue el reemplazo del mítico Bodo Illgner en Estados Unidos-94 y de Andreas Koepke en Francia-98. Y luego salió del banco y pasó a la titularidad de un equipo que llegó al Oriente clasificando in extremis en una repesca frente a Ucrania.
Fue criticado en los últimos meses hasta el cansancio, como todo el equipo nacional alemán, en especial luego de la catástrofe de la Eurocopa-2000, cuando fueron eliminados en primera ronda. Pero hoy el portero no le hace mayor caso a los elogios exitistas.
Con 90 kilos y 1,88 metros, Kahn tiene ya 15 años de carrera sobre sus espaldas desde su primera aparición en el SC Karlsruhe en 1987, y el récord del monto de transferencia para un portero en Alemania, cuando ese club lo traspasó al Bayern Múnich, siete años después, en 2,5 millones de dólares. Este domingo Kahn vestirá por vez número 53 la casaca de la selección nacional. Y sueña con darles una Copa del Mundo como regalo a su esposa Simone y a su hija Khaterina Maria, de 3 años. |
