Descubren red prostitución infantil

Redacción
Crítica en Línea
Madame Thonya cuenta con casi 50 mujeres trabajando para su negocio. Muchas de ellas son las llamadas peladitas, niñas de 13, 14 y 15 años, presas fáciles para explotarlas en la prostitución. En Panamá, Thonya es quien lidera el mercado, tiene los clientes más influyentes y su nombre es respetado por todos. Esta red ha sido descubierta por un equipo de EL MUNDO TV y Antena 3 TV que, después de varios meses investigando sobre la prostitución infantil en Panamá, pudo grabar con cámara oculta cómo trabajan los proxenetas de menores, gente sin escrúpulos, como Thonya, capaz de aprovecharse de la inocencia de las menores para montar un negocio que mueve miles de dólares. Destapamos todo el escándalo en un reportaje realizado en dos partes que hoy emite Antena 3. Esta noche, la primera entrega de Sexo infantil en venta, a las 0.40 horas. Llegar a sus dominios no fue nada fácil: ella sólo complace a clientes de muy alto nivel, como altos cargos políticos importantes de su propio país. Como ya es costumbre en los reportajes de EL MUNDO TV, trabajamos sobre la base de las revelaciones de nuestros confidentes, repartidos por todo el mundo y con los que contactamos siempre desde España. Y nuestras investigaciones nos dirigieron a un país centroamericano: Panamá. Durante los primeros días en este país tuvimos que alquilar un apartamento y, por supuesto, frecuentar diferentes prostíbulos y casas de masajes para conseguir información que nos confirmase nuestros apuntes sobre quiénes lideraban el negocio de la prostitución infantil en Panamá. Con las prostitutas y clientes que conocimos nos fabricamos una historia: trabajábamos como representantes de cinco industriales españoles que pretendían, en sus viajes de negocios a Panamá, mantener relaciones sexuales con niñas de edades comprendidas entre 12 y 15 años. Dejamos caer nuestro deseos por todas partes y en pocos días picó el primero. Uno de los dueños de una de las casas de masaje visitadas nos desveló el nombre y el domicilio de Gladys, una joven de 20 años que había trabajado con él. Fuimos a su casa, situada en un barrio humilde, frente al colegio América, donde capta a las menores que trabajan para ella. Nos recibió sin ningún temor y la invitamos a subirse a nuestro coche para hablar del tema. "Queremos peladitas de 13, 14 años", le dijimos abiertamente. Gladys ni se inmutó y contestó rápidamente: "Conozco una, vamos a su casa. Es una niña blanquita, que les va a gustar", decía la proxeneta, que obligó a la menor a quitarse la ropa de colegio y vestirse con un traje ajustado para tratar de complacernos más. Antes de subir al coche, Gladys habló de los precios que ella manejaba y nos aclaró que para contar con sus niñas debíamos pagar 20 dólares (3.600 pesetas) a ella y 70 dólares (12.600) a cada chica. Minutos después teníamos delante a la niña, la primera menor que conocimos dedicada a la prostitución. Tenía 15 años, estaba asustada y apenas hablaba. Atemorizada y con voz temblorosa nos contó que le iban bien los estudios y que no era la primera vez que se dedicaba a esto. Para no alargar más la situación, decidimos despedirnos de las dos. A Gladys le citamos al día siguiente en nuestro apartamento para que nos trajese cinco niñas más. Fue puntual a la cita pero no cumplió lo pactado. Llegó al apartamento sólo con dos chicas, una que aparentaba ser mayor de edad y otra que ya conocíamos porque era la misma del día anterior. En ese momento acordamos renunciar a continuar la investigación por esta línea. Decidimos seguir con la investigación por otro lado y nos dieron otro nombre: Aníbal, la persona que sembró este negocio en los años 60 y que cuenta con uno de los prostíbulos más reconocidos y protegidos de la ciudad. Fuimos a visitarle a su casa, un chalé de una buena zona del centro de la ciudad donde vive y hace sus negocios. En el interior de la casa apenas había luz, sólo una chica aburrida que veía la televisión y un cliente que salía apresurado de una habitación después de haber recibido un servicio. Aníbal no quiso salir a recibirnos personalmente y tuvimos que hablar con Edgar, su pareja y socio desde hace años. Edgar movilizó a todas la menores que pudo para que estuvieran en la cita. Las niñas empezaron a llegar en taxis y coches particulares. Paradójicamente, justo frente a la casa tres policías observaban los movimientos de las menores con los brazos cruzados. Por fin vimos a Aníbal. Salió a la calle para recibir a las niñas y comprobar que todo estaba en orden. Más tarde llegamos nosotros y vimos que el interior de la casa ya no era el mismo. Ahora había unas 10 niñas sentadas, todas bien arregladas, que nos miraban de manera provocativa para captar nuestra atención. En uno de los rincones del salón estaba Aníbal, callado, como escondido y pendiente de nuestra reacción. Dejamos de mirar y pasamos a dialogar con el proxeneta. Le propusimos llegar a un acuerdo para que nos consiguiese cinco menores dentro de unos días, para cuando llegasen nuestros clientes españoles. Aníbal estaba totalmente drogado y era difícil entender lo que decía, sin embargo captó el mensaje a la primera, aunque con una advertencia: "El negocio con las menores tiene que hacerse temprano, de tres a nueve de la noche". Estaba claro que a Aníbal le daba miedo tratar con menores, pero lo seguía haciendo por dinero. Una noche conocimos a una prostituta que trabajaba para él y nos dijo que Aníbal era capaz de conseguirnos las mujeres que quisiéramos. "Peladitas tiene y te las puede traer, pero no es lo que más le gusta porque es peligroso. Las peladitas dan problemas" nos aconsejaba. Así que decidimos aparcar el negocio con esta persona y probar con otro nombre que teníamos en la agenda y que no nos habíamos atrevido a tocar: Thonya. Lo confirmamos con el testimonio de una persona a la que conocimos en la discoteca de un hotel y que también consiguió niñas en su día para otros clientes. Nos entregó la tarjeta de la madame donde aparecía su cargo como Directora de una Boutique de Pasarela, su dirección, teléfonos y el nombre de su secretaria: Toyra. Llamamos para concertar una cita en nuestro apartamento. El teléfono lo contestó Tonya, como en todas las llamadas, y no dudó un segundo en ponernos con Thonya. "Nos han dicho que eres la número uno en Panamá y queremos hablar contigo de un buen negocio que podemos hacer", dijimos para que aceptara un encuentro en nuestro apartamento. A Thonya le pareció bien y se comprometió a estar allí al día siguiente por la tarde. Thonya era una mujer joven y voluminosa, pesaba más de 100 kilos, de piel muy negra y con un fuerte carácter. Acudió a la cita con su inseparable secretaria Toyra, con su marido y con dos de sus niñas, que venían de trabajar en una fiesta. El encuentro fue breve, lo justo para darnos cuenta que estábamos delante de alguien influyente e inteligente. Fue clara desde el primer minuto, "les puedo conseguir peladitas, las mejores, sin ningún problema" decía con rostro serio mientras no paraba de mirar el escondite de la cámara oculta. Habíamos topado con la proxeneta más poderosa, con la que negociaríamos hasta el final, aún sabiendo que nos podría descubrir. Volvimos a quedar y le pedimos que trajese cinco menores para ir haciendo ya una selección para nuestros empresarios representados. Thonya tenía tres hijos y el más pequeño estaba enfermo, hospitalizado y, al parecer, con una hepatitis. Un contratiempo que no impidió que la madame reclutase a cinco niñas para que las viéramos en nuestro apartamento. Llegaron tarde, porque todas estaban en la playa, y debieron pasar previamente por el salón de belleza de la hermana de Thonya. La proxeneta traía una colombiana, una judía y tres panameñas, de entre 13 y 16 años de edad. Todas estudiaban en colegios privados y ya habían ejercido la prostitución. Estaban calladas, no podían abrir la boca sin el permiso de Thonya, que era la única que manejaba la conversación. "Ellas, todas saben trabajar y atienden bien al cliente, ya saben que van con ellos a cenar a un restaurante y luego son el postre" decía sin contemplación y sin perder de vista el objetivo de nuestra cámara oculta. Para Thonya era fundamental que las niñas entendieran que "son damas en la calle pero putas en la cama", un lema que les transmitía para evitar cualquier problema con los clientes. Así de agresiva era con unas niñas inocentes, la gran parte metidas en la prostitución por sus propios padres, sin tener necesidad, porque no vivían en la extrema pobreza, sólo les movía el gusanillo de ganar unos dólares para comprarse algún capricho. Los clientes debían pagar unas 38.000 ptas. cada vez que se acostaban con ellas. Apenas 5.000 pesetas llegarían a manos de la menor. La madame confió en nosotros aunque no las tenía todas consigo. Una noche esperó a que nos subiéramos a un coche que conducía su marido, detuvo el automóvil en la cuneta, se giró y con un tono cortante y pausado dijo: "Vale ya de filmar. ¿Por qué me estáis filmando todo lo que estoy diciendo? Me dí cuenta desde el primer día".
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