Les hablé a los humildes empleados manuales del hospital de Penonomé sobre una máquina con numerosas piezas y tuercas. Algunos me miraron extrañados, porque la charla era sobre relaciones humanas y comunicación. Después les dije que si se dañaba una sola tuerca, la máquina no podría funcionar bien, por más que tuviera muchas otras piezas de mayor importancia.
Entonces les aclaré el por qué hablaba de las tuercas y las máquinas, aquella mañana de hace más de veinte años.
Utilicé la figura de la tuerca dañada y la máquina, para indicar una gran verdad sociológica: todas las personas tienen su importancia en una sociedad y más aún, en un trabajo.
Mirándonos fijamente rematé el argumento: "Si no se limpia el quirófano, ¿ustedes creen que el médico podrá operar?
Hubo murmullos negativos. Insistí en la comparación: "Si no están limpios los instrumentos para la operación, ¿podrá operar el médico?".
Algunas risitas contenidas me indicaron que poco a poco se iba captando la idea sociológica, que usé para iniciar mi conferencia.
"Así que tan importante es el médico para hacer la operación como quien limpia el lugar y los instrumentos", advertí elevando la voz.
"Es lo mismo que una máquina: para que funcione todas sus piezas deben estar bien, aunque sea una pequeña tuerca", agregué con vigor.
Por supuesto que señalé que los médicos por tener mayores estudios ganaban mejor sueldo. La sociedad los estimaba más porque salvaban vidas.
Esas palabras iniciales calmaron la tensión que había notado en los humildes trabajadores manuales que recibirían mi charla.
Resulta que en ese entonces era funcionario del Ministerio de Salud y quise dictar charlas sociológicas y de comunicación, en el interior del país.
No importa que no se dieran los viáticos adecuados. Sentía satisfacción al hacer esto. Consideraba que estaba ayudando a mejorar a la comunidad con mis estudios de Periodismo y Sociología.
Siempre he pensado que los profesionales deben aportar algo a las personas más necesitadas del país, sin pensar en el sueldo o la ganancia.
Recuerdo que luego algunos de los presentes me indicaron que tenían algo de miedo, porque "de la capital había venido un licenciado a dictarles una charla".
En sus mentes sencillas anidó la idea que debían hacer mal su trabajo, para que alguien "docto" de la capital se molestara en reunirlos para hablarles.
Por eso esa mañana los noté callados, algo preocupados, como "regañados".
Yo había tenido antes un "encontrón" con ciertas autoridades, que pensaban que debía hablarles a gente de "mayor categoría" que los trabajadores manuales. Me negué y eso no agradó a más de uno.
Cuando comprendieron que no los regañaría, me hicieron uno de las mejores comidas que he consumido, en señal de agradecimiento. |