Cinco asesinatos en una noche. La cifra es alta para una nación tan pequeña, pero revela el nivel de la violencia que impera en Panamá. El narcotráfico, insurgentes, rateros y mentes asesinas están llenando de muertos las calles del país.
Parece que no hay nada ni nadie capaz de detener esa espiral de violencia. Los jefes de la Fuerza Pública entran en escena después de cometido el crimen. Salen en cámara explicando lo inexplicable y olvidando que lo preventivo es la labor prioritaria de la Policía.
Las reformas a las leyes de seguridad, la fusión o división de estamentos de seguridad y las cámaras de vigilancia dispersas por toda el área metropolitana, no dan mayores resultados y más bien, el asunto empeora.
Un grupo de homicidas entran a un restaurante repleto de comensales en uno de los principales centros comerciales de la capital y matan a sangre fría a una dependiente; no se roban nada, a lo mejor asesinaron por placer.
Ese es el panorama en una nación a la que se le prometió más seguridad, pero que vive mayor inseguridad. Cambios vienen y cambios van, pero no hay un freno a la maleantería.
Ahora se apuesta a la nueva jefatura de la Policía que debe asumir el mando el 1 de julio. El designado llega con laureles de soldado antiterror y de experto en vigilancia portuaria. Sin desmeritar, lo que la sociedad reclama es simple: seguridad en las calles y que no se sienta temor al estar en algún lugar público.
Los antecedentes de los futuros encargados de la Fuerza Pública no se pueden ignorar, pero lo más importante es que se logren resultados, que haya presencia policial día y noche en las calles y que los delincuentes sepan que si cometen un ilícito serán sacados de su madriguera. ¿Es esto una Misión Imposible?