Han sido 25 años de asesinatos y mutilaciones en Crímenes Famosos, lo que es más tiempo que muchas sentencias.
Hace 25 años desde el día en que Crímenes Famosos apareció por primera vez en el Toronto Sun. ¿Quién hubiera adivinado que esos hombres y mujeres desagradables que han cometido crímenes horrendos cambiarían, en realidad, el curso de mi vida? Durante 25 años he andado a través de cementerios, he entrevistado asesinos y he pasado largas horas en mohosas bibliotecas legales para traer a la vida acciones infamantes de villanos que en un momento u otro nos proveyeron de titulares sensacionales.
Recuerdo estar parado frente a 10 Rillington Place, la dirección que hizo famosa el asesino inglés, Reg Christie, responsable por la muerte de nueve individuos, incluyendo a su esposa. Estaban tirando bajo la casa de Reg, pero aún entonces, años después de cometidos los asesinatos, había un policía inglés estudiando a fondo el desastre, buscando cualquier cuerpo que pudiera haber sido pasado por alto. No encontró ninguno.
Inglaterra ha conservado siempre una fascinación para los estudiantes de lo macabro. Una vez pregunté acerca de una asesina centenaria, Mary Ann Cotton, en una tienda de su ciudad natal, West Aukland. Para sorpresa mía, la casa de Mary Ann no sólo era bien conocida, sino que su dueño actual había pintado la puerta de la casa de negro profundo así nadie podría confundirla. Pasé horas fascinantes con el anciano caballero mientras él demostraba cómo Mary Ann había mezclado potaje de avena con veneno para matar a sus hijos no queridos y a sus varios maridos. Mary Ann cobró por lo menos 16 víctimas. Fue colgada por sus crímenes en 1873 en Durham Jail.
En otra ocasión, el fotógrafo del Sun, Hugh Wesley, me acompañó a la Universidad de Edimburgo para ver el esqueleto de un notorio asesino escocés, William Burke, de los famosos Hare y Burke. Mientras nos acercábamos al esqueleto, el funcionario de la universidad fue categórico en que no tomáramos fotografías. Yo estaba desilusionado. Vimos la exhibición, pero mientras dejábamos la universidad, Hugh susurró a mi oído: "Tenemos la foto". Nunca lo vi tomarla. En realidad, ni siquiera vi la cámara, pero Hugh me aseguró que tenía la fotografía del esqueleto. Y así era.
Cuando escribí por primera vez acerca de David Todd, nunca lo había conocido. Su crimen hizo titulares en todo el país. Un espléndido día en Toronto, baleó a su esposa Grace y colocó su cuerpo en un "freezer". Meses después fue descubierta entre pasteles de pavo congelados y arvejas gigantes. David me escribió desde Warkworth Prison, pidiéndome que lo visitara, lo cual hice.
Años más tarde, recibí un llamado de Todd solicitándome que lo pasara a buscar a la prisión. Había sido liberado después de estar encarcelado por nueve años. Llevé a Todd a una gira por el Eaton Centre y el nuevo Toronto Sun Building, los que habían sido construidos mientras estaba encerrado. Nos dimos la mano mientras él abordaba un ómnibus en medio de una tormenta de nieve y él salió de mi vida, como lo han hecho tantos asesinos con el paso de los años.
Arthur Kendall me escribió una carta cáustica desde prisión después que su historia apareció en estas páginas. Le contesté y antes de darme cuenta tenía un asesino como amigo por correspondencia. A Arthur le habían conmutado la sentencia de muerte por ahorcamiento por la de cadena perpetua cinco días antes de la ejecución. Su esposa Helen había desaparecido en julio de 1952 de su cabaña en la Península de Bruce en Ontario, para no ser vista u oída nunca más.
Arthur estuvo tranquilo por nueve años, hasta que sus hijos crecieron y testificaron contra él. Después de pasar 16 años de cárcel fue liberado de la prisión y se mudó a Terrace B.C. Cada Navidad yo recibía una tarjeta de Arthur. Secretamente yo tenía la esperanza de que un día me contara cómo había dispuesto del cuerpo de su esposa, pero nunca lo hizo. Hace unos pocos años, cuando no recibí una tarjeta de él, telefonee, sólo para enterarme que Arthur Kendall había muerto de complicaciones de una operación de corazón. Todavía tengo la billetera que hizo para mí en prisión hace tantos años.
Nunca olvidaré el estar sentado en el dormitorio de Nicole Morin, conservado justo como ella lo había dejado el 30 de julio del '85, cuando fue secuestrada de su apartamento en el edificio Etobicoke. La señora Morin, con sus ojos velados por las lágrimas, describió a su adorable hija de 8 años. Me contó como su Nicole dejó el apartamento esa mañana para ir a nadar en la piscina del complejo. La pequeña nunca llegó a la piscina. En algún lugar entre la puerta delantera del apartamento "penthouse" de los Morin y el vestíbulo principal del edificio, donde una pequeña amiga la esperaba, se topó con juego sucio. No dormí bien esa noche. El misterio irresuelto de la desaparición de Nicole todavía me persigue.
William Heirens fue convicto de asesinar y seccionar el cuerpo de la pequeña de seis años Suzanne Degnan. Además fue convicto de otros dos crímenes más. En el momento en que cometió estos crímenes era un estudiante de la Universidad de Chicago de 17 años y de rasgos agradables. Cuando lo entrevisté en la Vienna Correctional Facility en Illinois, William había pasado 48 años en prisión. Era un hombre de 65 años que ahora proclamaba su inocencia, a pesar de la abrumadora evidencia en contra suyo.
De acuerdo a William, en el momento del crimen, había estado en peligro de ser enviado a la silla eléctrica. Temeroso de morir, confesó, se declaró culpable y fue sentenciado a tres términos de cadena perpetua. Todo parece tan lógico cuando uno está sentado en un soleado salón hablando de un crimen cometido medio siglo atrás, con un intelectual que se educó a sí mismo y que sabe expresarse. Uno está inclinado a olvidar sus horrendos crímenes y por qué está allí.
La atractiva joven dijo que estaba esperándome y empezó a relatar la historia de la Bruja Blanca de Rosehall mientras recorríamos Great House. "Una vez fue la plantación más grande de toda Jamaica", explicó. Annie Palmer, conocida como la Bruja Blanca, era la dueña del lugar en esos días. No era una mujer benévola. Torturó a muchos de sus esclavos y tenía la mala costumbre de matar a sus maridos.
Nuestra gira privada concluyó, nuestra guía cerró con llave los dormitorios detrás nuestro. Con un misterioso guiño final, dijo "Hasta estos días, se sabe que el fantasma de Annie ronda por la casa". Salimos hacia el ardiente sol de Jamaica. No pude evitar mirar hacia la ventana del dormitorio cerrado que acabábamos de dejar. Allí, por una fracción de segundo, podría jurar que vi una cara blanca sonriente espiando hacia nosotros. Parpadee y la cara desapareció.
En Huntsville, Texas, visité a James "Cowboy" Autry, Thomas Barefoot y Ron O'Bryan. Los tres habían sido convictos de asesinato y estaban residiendo en el Pabellón de la Muerte. Cowboy había tenido la desagradable experiencia de haber estado a punto de ser ejecutado. En la cámara de la muerte, fue atado a una camilla, conectado a una solución salina y estuvo a segundos de que le fuera inyectada una sustancia letal en sus venas cuando recibió una suspensión de la ejecución. Cuando yo lo entrevisté, tenía 30 días para escaparse a su próxima cita con la muerte. La segunda vez, Cowboy no fue tan afortunado. Dentro de los seis meses de mi visita al Pabellón de la Muerte de Texas, los tres hombres que yo entrevisté fueron ejecutados.
Han sido 25 años interesantes de traerles a ustedes las extrañas pero verdaderas historias de gente que han cometido lo inimaginable. Muchas gracias a aquellos lectores que han disfrutado de Crímenes Famosos a lo largo de los años tanto como he disfrutado yo escribiéndolos para ustedes. |