Sale loco de contento
con su cargamento para la ciudad, ¡ay!,
para la ciudad.
Lleva en su pensamiento
todo un mundo lleno de felicidad, ¡ay!,
de felicidad.
Piensa remediar la situación
del hogar que es toda su ilusión, sí.
Y alegre el jibarito va
pensando así, diciendo así,
cantando así por el camino:
«Si yo vendo la carga, mi Dios querido,
un traje a mi viejita voy a comprar.»
Y alegre también su yegua va
al presentir que aquel cantar
es todo un himno de alegría;
y en eso les sorprende la luz del día,
y llegan al mercado de la ciudad.
Pasa la mañana entera
sin que nadie quiera su carga comprar,
su carga comprar.
Todo, todo está desierto,
el pueblo está lleno de necesidad,
de necesidad.
Se oye este lamento por doquier
de mi desdichada Borinquen, sí.
Y triste, el jibarito va
pensando así, diciendo así,
llorando así por el camino:
«¿Qué será de Borinquen, mi Dios querido?
¿Qué será de mis hijos y de mi hogar?»
Borinquen, la tierra del Edén,
la que, al cantar, el gran Gautier
llamó la Perla de los Mares;
ahora que tú te mueres con tus pesares,
déjame que te cante yo también.
«¿Quién es el jibarito del «Lamento borincano»? -pregunta el profesor Tomás Jiménez de la Universidad Interamericana de Puerto Rico con motivo del Centenario del Compositor Rafael Hernández-. El jibarito es Rafael... nacido en el barrio del Tamarindo del Puerto Rico de aquellos que no tenían lo suficiente para poder vivir... »Pero... ese Jibarito es también el que todos llevamos en el corazón», concluye el profesor Jiménez.
Menos mal que podemos comenzar a «remediar la situación» clamando a «nuestro Dios querido», como lo hizo el profeta Isaías: «Señor, tú eres nuestro Padre; nosotros somos el barro, y tú el alfarero. Todos somos obra de tu mano. ¡Considera, por favor, que todos somos tu pueblo!»