La liturgia de este domingo conmemora nuevamente una fiesta que para los católicos se convierte en la esencia de la vida cristiana: la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Así como Melquisedec presentó su sacrificio, Cristo se convierte en el sacrificio perfecto, donde el amor y la entrega lo llevan a dar la vida por los demás.
Comer el Pan de Vida para tener vida eterna
Lucas nos va a presentar un relato donde se puede conectar perfectamente con lo que hemos venido diciendo: la ofrenda eucarística. Con este pasaje de la multiplicación de los panes ubicamos a Jesús en el centro. Es él quien se atreve a dar de comer a la multitud, con un pan que los va a saciar no solamente física, sino espiritualmente.
Multiplicar el pan es el más grande gesto de generosidad, de apertura y de acogida a una comunidad que tiene hambre. Por eso, Cristo como Pan de Vida se atreve a darse. A la vez, es un gesto donde vemos que Jesús bendice lo que hace, donde es Jesús mismo quien se convierte en pan partido para los demás. Quizá hoy nos falta generosidad, apertura y mucha fe para reconocer que Cristo se manifiesta en lo más mínimo que tiene la persona.
Hoy mucha gente sufre hambre física, pero es más dolorosa el hambre espiritual que tienen aquellas personas que se han alelado de Dios y de la Eucaristía. Hoy no comulgamos porque todo nos parece relativo y porque nuestra experiencia de fe se ha vuelto superflua. Debemos ser personas que contagiemos a los demás por lo que hacemos y debemos ser "locos" llenos de amor por el Resucitado, el cual se manifiesta cada vez que nos reunimos a volver a vivir lo que Jesús hizo en la última Cena.
Tomado de la Revista Vida Pastoral de la Sociedad de San Pablo 38 No 138.