En Panamá muchos vivimos abstraídos de las necesidades de nuestro prójimo. El hecho de que la calle esté tan dura hace que cada vez la gente se limite a pensar en ellos y nadie más. La situación está tan dura, que intensifica el sentimiento de egoísmo en una sociedad que se asfixia en el alto costo de los productos básicos y en una calidad de vida que anda por el piso.
Sin embargo, debemos ser conscientes de que por más apretado que esté nuestro presupuesto, y por más problemas que enfrentemos, siempre hay gente allá afuera que está mucho peor que nosotros.
Solo falta ver las calles para darnos cuenta: indigencia, niños pidiendo limosna en las calles, personas cuyos hijos han sido asesinados por violencia callejera, e infantes que se quedan huérfanos por la misma causa.
Es por esto que todos como panameños debemos solidarizarnos con nuestro prójimo, sobre todo con los más indefensos: los niños.
En Panamá existen diversas fundaciones y organizaciones que se dedican a ayudar a niños huérfanos, o afectados por la violencia y enfermedades. Hablamos de la gente que está detrás de iniciativas como el Hogar San José de Malambo, la Ciudadela de Jesús y María, la Ciudad del Niño y Nutre hogar, entre otras.
También existen iniciativas de apadrinar o adoptar a un niño en zonas pobres de difícil acceso, con el fin de asegurar su educación y alimentación.
Lo único que tenemos que hacer como ciudadanos es donar un poco de lo que nos sobra (sea alimentos o ropa usada); o en todo caso, ayudar económicamente en la medida de nuestras posibilidades.
El mundo se envilece, se vuelve más egoísta y agresivo. Nosotros no tenemos que caer en esta espiral, y si ayudamos a que un niño tenga el bienestar necesario para que tampoco caiga él, será un logro que nos enorgullecerá y nos acercará a Dios.