MENSAJE
Rusia olvida a José Stalin
- Hermano Pablo,
- Costa Mesa, California
El 5 de marzo de 1983 se
cumplieron treinta años de la muerte de José Stalin. Este
hombre fue durante treinta años el dueño casi absoluto, de
una de las más poderosas naciones de la tierra. Fue el constructor
de la Rusia moderna, del Ejército Rojo Internacional, y propulsor
del comunismo en todas partes del mundo, y ensanchó las fronteras
de su país, absorbiendo varias otras naciones de Europa.
El pueblo soviético se conmovió profundamente al morir
Stalin en el año 1953. Para muchos fue un rudísimo golpe,
porque pensaban que ese hombre que ellos casi adoraban como un dios en el
Kremlin, era eterno, y la muerte no podía hacer mella en él.
Stalin dio inicio en Rusia al culto a la personalidad. Se dio su
nombre a miles de aldeas, pueblos y ciudades. Sus estatuas fueron sembradas
por todo el inmenso territorio. Ningún artículo periodístico
podía ser escrito, ningún discurso público pronunciado,
ninguna ceremonia pública realizada, sin invocar repetidas veces
el nombre de Stalin y rendirle tributo.
Sin embargo, cuando murió le pagó el tributo a la muerte
como todo hombre, y cayó de su pedestal. Los que le sucedieron en
el gobierno borraron su nombre de calles, plazas y pueblos. Sus retratos
y estatuas desaparecieron de todas partes. De tan idolatrado que había
sido, su nombre llegó a hacerse execrable. Nadie lo recuerda ya oficialmente
en Rusia. Aún su cadáver ha sido quitado del Mausoleo de Lenin
y enterrado en una oscura tumba junto a una pared del Kremlin. Así
ha sido el final de un hombre que dominó a setecientos millones de
personas.
Podría citarse una vez más el viejo aforismo latino:
"Sin tránsit gloria mundi", es decir, así pasa la
gloria del mundo. ¡Cuántos hombres grandes y poderosos ha visto
este mundo! Hombres que han gobernado imperios y conquistado reinos, elevándose
por encima de millones de ciudadanos y a veces lanzando a la guerra y a
la destrucción a todo el mundo. Pero el paso fatal de los años,
el implacable desgaste que produce el tiempo, mata a todos, grandes y chicos,
pobres y ricos, poderosos y débiles. Y el final de una vida de grandeza
o de miseria sólo es polvo, ceniza y nada.
Sólo Cristo, vencedor del sepulcro, del pecado y de la muerte,
puede darle al hombre la vida, verdadera y eterna.


|

|
 |