La desconfianza es la promotora de un enternecedor revuelo que solivianta por momentos la pasiva monotonía que vive el hombre común de la calle. A veces queremos decir lo que nuestra lengua atada de impaciencia le está prohibido expresar.
Los políticos dependen de los asentimientos del pueblo para poder escalar todos los peldaños integrantes de la larga escalera que los traslada a la cumbre, escenario revoltoso donde muchos se alejan de la ecuanimidad reglamentaria exigida por nuestra constitución política, destinada como elemento indispensable, ordenado por el potencial estimulo del voto popular.
La fortaleza respetable de nuestra cultura, motivada por el derecho de ciudadanía, legado de la prístina democracia, nos inculca los valores humanos, reputados como conductores dinámicos, hijos predilectos ineludibles de nuestra civilización.
Una vez dije que en Panamá se hacía urgente instaurar una escuela que sirviera de faro para todos aquellos que abrigaran el deseo de aportar al país algo de sus esfuerzos desempeñando una función pública, por pequeña que ella fuese.
Es obvio que todos debemos gozar de las fructíferas oportunidades que otorga el escenario político y económico, pero hay contenciones que me parecen posible, cuando las habilidades motoras y mentales no ligan con los deberes atribuibles en un momento especial, donde las naturalezas de ciertos temples pueden solamente recorrerla aspiración del hombre en la política no debe ser para probar fortuna, ella sólo es concertada para servirle a los demás con aires de arcipreste inmaculado. La política es un arte, también una doctrina, trabajo destinado para profesionales con aptitud que nos traigan los mensajes envueltos en las expresiones de la impecable urbanidad de concomitancia con la afabilidad receptiva y respetuosa.