OPINION


Escalando la verdad

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Por Fermín Atencio
Colaborador

¿Qué objeto guarda disputarnos cada cinco años con obstinación y tenacidad el primer puesto en la fila, para depositar nuestro pensamiento y sentimiento representado en una volante que revela el candidato de nuestra sacrosanta predilección? Bendito sean los pueblos que designan bien, pobre los que no logran el precioso intento, ellos están destinados a sufrir los traspiés de su nefasta conducta.

Triste y deprimente realidad, abundante de vanidad que refleja la incapacidad de razonar bien, afincada en rancias costumbres de amigabilidad o de eterna necesidad, difamadas y deslucidas que se desplazan paralelas, bajos los preocupantes niveles medios, donde entra el desempeño de la bajeza inmisericorde.

Esta cualidad a menudo parece ser extrañamente incongruente en el marco de lo político-social, pero por desgracia, claramente es así. La obscuridad impone los parámetros de ejecutora predominancia y la ceguera angustiosa en plebiscito frecuente por la verdad ostentativa, incita con naturalidad al tuerto, para actuar con pretensiones de rey; en un dominio donde las habilidades se encuentran por pizcas y las virtudes a cuentagotas.

Y aquí nos ataca la postración, sustentada en la desorientación, donde nos es inexplicable comprender por qué la ley de la gravedad permite que nos caigan tantas desolaciones. La buena voluntad del prójimo cae vencida, ajusticiada por su propia imprudencia.

Ya empezó, casi en absoluto silencio a moverse los pesados rolos del viejo trapiche de la política, para acelerarse después, lanzando al espacio sonidos estridentes, como fiera irritada, donde el pueblo panameño resulta a la postre, bagazo, material nada atractivo, amontonado en grandes bultos desechables, muchas veces consumido por fuegos fatuos.

Ahora mismo todas las vacas comienzan a ambular sobre buen pasto y en el 2004, llegarán a la plenitud de robusteza, para bajar vertiginosamente de peso, pasada la contienda electoral; entran en estado de agotamiento, trastocando todas las extremidades. Las brillantes propuestas las esperaré muy quedo en mi casa, sin presagiar respuestas, ni modular vocablo, ni pesquisar nada. Todo lo aceptaré como débil alisio que refresca mi cuerpo de imperceptibles temperaturas.

Esos acontecimientos no acuchillan mi ánimo, ni permiten escaramuzas entre mi persona con los conocimientos adquiridos. Y me atrevo a apostar, doble contra nada, todo pasa y el hambre queda, sin cupo preparado en el lejano ostracismo. Como el voto es sagrado lo guardo para el más honesto, pobre y preparado y ante todo de una Tercera Fuerza que me dé la oportunidad de escoger. De no convenir así, quedaré en zaga, tengo poco que perder y nada que ganar.

 

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