MENSAJE
"¡Quién te ha visto y quién te ve!"
- Hermano Pablo,
- Costa Mesa, California
En la época de las
insurrecciones de las comunidades de Castilla, había en el pueblo
de Avila un sacerdote de origen vasco, fiel partidario defensor de Juan
de Padilla, que era el cabecilla de la revuelta. Día tras día
el clérigo señalaba desde el púlpito a aquel jefe político
como "verdadero rey de Castilla, y no el tirano que ahora nos gobierna".
No dejó de hacerlo hasta que el líder mismo, Juan de Padilla
en persona, se presentó con sus tropas en la infeliz parroquia del
susodicho representante de Dios. Pues bien, sucedió lo que tenía
que suceder: siguiendo la costumbre de los tiempos de guerra, don Juan agotó
las provisiones del sacerdote a fin de satisfacer las necesidades de sus
hombres.
Tan pronto como los revoltosos se marcharon del pueblo, el eclesiástico
subió de nuevo a su plataforma y se dirigió a sus feligreses,
pero ahora con la "versión revisada" del mensaje: "Ya
sabéis, hermanos, cómo pasó por aquí Juan de
Padilla, y cómo sus soldados no me dejaron gallina viva, ni tocino
en estaca, ni tinaja sana. Dígolo porque de aquí en adelante
no roguéis a Dios por él, y sí por el rey Don Carlos
y la reina Doña Juana, únicos reyes verdaderos, y dad al diablo
con esos otros reyes toledanos". De ahí que surgiera de labios
del pueblo castellano el dicho: "¡Quién te ha visto y
quién te ve!"
Quien primero relató esta simpática anécdota es
el que fuera cronista real y obispo de Mondoñedo, fray Antonio de
Guevara, que murió en 1545. Pero fue el sabio pueblo castellano el
que acuñó esta frase proverbial que se aplica a la conducta
del clérigo inconstante. En la actualidad el dicho denota el pesar
que produce ver a una persona que en el pasado fue vigorosa, contenta, saludable
o acomodada y ahora está endeble, melancólica, doliente y
necesitada. Pero la historia detrás de la expresión "¡Quién
te ha visto y quién te ve!" ilustra que se emplea también
para considerar lo voluble e inconstantes que son nuestros sentimientos,
sobre todo cuando en ellos influye nuestro egoísmo.
El que alguien defienda nuestra causa cuando nosotros estamos defendiendo
la suya no es nada excepcional. Esto lo hace Dios particularmente en los
salmos, que están repletos de sus promesas para los que le temen.
En cambio, el que Dios, a diferencia de algunos de sus llamados representantes
en la tierra, sea partidario nuestro cuando nosotros todavía no lo
somos de El, sí es extraordinario. Lo cierto es que su amor es constante,
hagamos lo que hagamos. De ahí el estribillo de los salmos, que dice:
"Den gracias al Señor, porque El es bueno; ¡su gran amor
perdura para siempre".


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