Dos antiguos
libros de recetas

Carlos Rey
Colaborador
El libro lleva
por título Tesoros, milagros y oración de la cruz
de Caravaca. Salió a la venta en una iglesia de Lima,
Perú. Como ejemplo de lo curioso de su contenido, para
curar el dolor de muelas receta una supuesta oración que
Jesús le enseñó a Pedro cuando el apóstol
no podía dormir del dolor.
Es innegable que el dolor, la enfermedad y la muerte son problemas
tan antiguos como el hombre mismo. Y permanecerán en la
tierra todo el tiempo que viva en ella en su estado actual de
condenación y depravación.
Los males del cuerpo, que son todas las enfermedades físicas,
y los males del alma, que abarcan las pasiones, los vicios y
las psicopatías, los sufre la raza humana como herencia
fatal de la primera desobediencia. El hombre ha tratado, por
todos los medios a su alcance, de librarse de esa carga ominosa
que le roba felicidad, le nubla el cerebro, le amarga los días
y lo va doblando hacia la tierra hasta sepultarlo. Y siempre
ha buscado recetas infalibles. Ha echado mano de la religión,
de los demonios, de la filosofía, de la hechicería,
de la magia y de la superstición. Y en busca de la solución
ha acudido a la medicina científica, combinando los logros
de la quimioterapia, la hidroterapia, la dietética, la
psicoterapia, la cirugía, la psiquiatría y la genética.
Sin embargo, aun con todas sus supersticiones místicas,
todas sus relgiones filosóficas, todas sus medicinas científicas
y todas sus distintas terapias y terapéuticas, sigue enfermándose,
sigue debilitándose y sigue muriéndose como todos
sus antepasados.
Durante su vida en la tierra, el Señor Jesucristo sanó
a muchos enfermos, resucitó a algunos que habían
muerto, dio vista a ciegos, hizo andar a paralíticos y
curó a leprosos. Pero el ministerio de sanar no era lo
que más le importaba. Le interesaba mucho más la
salvación espiritual que la sanidad física porque
Él, más que nadie, sabía que lo que nos
impediría ir al cielo no sería ninguna enfermedad
en el cuerpo sino la condenación del pecado.
Por eso vino Cristo al mundo a morir en la cruz: para salvarnos
de la condenación de nuestro pecado. No había otro
modo de satisfacer la justicia divina. Él sabía
que Alguien que jamás hubiera pecado tenía que
pagar la deuda de nuestro pecado, y que ese Alguien era Él
mismo. Y sabía que una vez que llegáramos al cielo,
disfrutaríamos de un cuerpo sano por toda la eternidad.
Pero ¿cómo lo sabemos nosotros? Porque lo dice
aquel antiguo libro de recetas espirituales conocido como la
Biblia, el libro de recetas más fidedigno que jamás
se haya escrito.
|
|
|