TERCERA ESTACION: Jesús, bajando a los infiernos, muestra el triunfo de su resurrección.
REFLEXION: Mas no resucitaste para Ti solo. Tu vida era contagiosa y querías repartir entre todos el pan bendito de tu resurrección. Por eso descendiste hasta el seno de Abraham para dar a los muertos de mil generaciones la caliente limosna de tu vida recién reconquistada. Y los antiguos patriarcas y profetas que se esperaban desde siglos y siglos se pusieron en pie y te aclamaron diciendo: "Santo, Santo, Santo. Digno es el cordero que con su muerte nos infunde vida, que con su vida nueva nos salva de la muerte. Y cien mil veces santo es este Salvador que se salva y nos salva". Y tendieron sus manos hacia Ti. Y de tus manos brotó este nuevo milagro de la multiplicación de la sangre y de la vida.
CUARTA ESTACION: Jesús resucita por la fe en el alma de María.
REFLEXION: No sabemos si aquella mañana del domingo visitaste a tu Madre, pero estamos seguros de que resucitaste en ella y para ella, que ella bebió a grandes sorbos el agua de tu resurrección, que nadie como ella se alegró con tu gozo y que tu dulce presencia fue quitando uno a uno los cuchillos que traspasaban su alma de mujer. No sabemos si te vio con sus ojos, mas sí que te abrazó con los brazos del alma, que te vio con los cinco sentidos de su fe. ¿Ah, si nosotros supiéramos gustar una centésima de su gozo! ¿Ah, si aprendiésemos a resucitar en Ti como ella! ¿Ah, si nuestro corazón estuviera tan abierto como estuvo el de María aquella mañana del domingo
QUINTA ESTACION: Jesús elige a una mujer como apóstol de sus apóstoles. REFLEXION: Lo mismo que María Magdalena, decimos hoy nosotros: "Me han quitado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto". Marchamos por el mundo y no encontramos nada en que poner los ojos, nadie en quien podamos poner entero nuestro corazón. Desde que Tú te fuiste nos han quitado el alma y no sabemos dónde apoyar nuestra esperanza, ni encontramos una sola alegría que no tenga venenos. ¿Dónde estás? ¿Dónde fuiste, jardinero del alma; en qué sepulcro, en qué jardín te escondes? ¿O es que Tú estás delante de nuestros mismos ojos y no sabemos verte? ¿Estás en los hermanos y no te conocemos? ¿Te ocultas en los pobres, resucitas en ellos, y nosotros pasamos a su lado sin reconocerte? Llámame por mi nombre para que yo te vea, para que reconozca la voz con que hace años me llamaste a la vida en el bautismo., para que redescubra que Tú eres mi Maestro. Y envíame de nuevo a transmitir tu gozo a mis hermanos, hazme apóstol de apóstoles como aquella mujer privilegiada que, porque te amó tanto, conoció el privilegio de beber la primera el primer sorbo de tu resurrección. |