REFLECTOR
Un día lluvioso
Era un día lluvioso
y María Luisa no quería ir a trabajar. La calle cada día
estaba más dura, y le costaba más conquistar a los clientes,
para que aprovecharan su mercancía.
¡Ah!, pero María Luisa no ofrecía cualquier cosa.
Con tremendo cuerpo 90-60-90, un cabello largo precioso, unos ojos color
miel y una piel tan tersa como la de un bebé recién nacido.
Pero, que va papá, eso de dárselo a cualquiera que le ofreciera
buen chen chen, en la popular Cuatro de Julio, y exponerse a una enfermedad
por allá abajo, no era para ella, y menos ese día.
La chica se propuso cambiar pero, claro, árbol que nace torcido
Sucedió que luego de varios días consiguió trabajo
de secretaria en una empresa poco reconocida, pero eso era lo de menos para
la guial, y enseguida montó un plan de conquista con el dueño
del local y, por supuesto, tuvo éxito.
La chica se contoneaba por todo el local con sus mini faldas y unos escotes
que ¡wauuuh! no dejaban nada a la imaginación y, clarín,
eso provocó que las chicas "decentes" de la oficina le
agarraran una tirria que la pobre no podía ni siquiera pasar por
donde ellas estaban, porque empezaban con las indirectas. Pero eso a la
Mary no le robaba la calma; su mundo eran los verdes y esos los tenía
a tutiplén, gracias al sudor de su cuerpo.
Pero la envidia de sus compañeras las llevó a hacer una
sola llamadita a la esposa de Juancho, el dueño de la empresa, y
la mujer ni corta ni perezosa se mandó para la oficina y, adivinen
qué, los encontró en plena acción sobre el maletín
que ella misma le había comprado en su viaje a París. Y ¡ay,
papá!, se formó el merecumbé. A doña Rita se
le salió el cobre y con sus uñas recién saliditas del
salón de belleza, le arrancó la piel a la quita maridos.
Y, claro, como María Luisa no era manca, le mandó tremendo
trompón y se lanzó sobre la doña y le dio tremenda
puñera. Juan se metió a defender a su esposa, sí señores,
cosa que casi nunca ocurre. El man sacó la cara por la fija y puso
de patitas en la calle a la guial, y le dijo que nunca más quería
verla ni en pintura, que a su esposa se le respetaba.
Por supuesto, su mujer era la la de los verdes. El sólo administraba
la herencia que los padres millonarios le habían dejado a su única
hija y, ni hablar: una aventurilla no le iba a quitar de las manos la gallina
de los huevos de oro.
Luego de todo el incidente, la pobre de María Luisa tuvo que ir
al Santo Tomás para curar sus heridas y no le quedó más
remedio que volver al negocio que por años le había dado para
comer y vestir muy bien. Ni modo, por lo menos allí no había
esposas que le sacaran la mugre.

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La chica se propuso cambiar pero, claro, árbol que nace torcido
Sucedió que luego de varios días consiguió trabajo
de secretaria en una empresa poco reconocida, pero eso era lo de menos para
la guial, y enseguida montó un plan de conquista con el dueño
del local y, por supuesto, tuvo éxito. |
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