Paradas, asientos de buses, parques públicos, las bancas de esos parques, baños públicos, y pasos elevados recién construidos. Todos estos son lugares de acceso público y uso generalizado. Todos -sobre todo los panameños de a pie- los necesitamos.
Pero por alguna razón, sencillamente no los cuidamos, y hasta los deterioramos maliciosamente.
Esta escena la vemos por todos lados: personas tirando latas, colillas de cigarrillos, bolsitas de snacks y todo tipo de desechos en el suelo; incluso si unos pocos metros más adelante hay un tanque de basura.
En recientes días abrió una de las obras de infraestructura más ansiadas por la población de San Miguelito: el puente elevado peatonal frente al hospital San Miguel Arcángel. Vaya a ver cómo está hoy el puente. Está repleto de porquerías; tiradas ahí por las mismas personas que con él se benefician.
¿Es que acaso no nos importa con nada? Ya ni siquiera estamos hablando de una actitud de indiferencia, o de " poco me importa", o de "sálvese quien pueda", sino más bien de "yo hago lo que me pica, bueno, o malo, y los demás que se vayan a la #&%...".
En los últimos años, cada vez que se produce una protesta, pequeños grupos se dan a la tarea de destruir cuanto ven frente a ellos. Se ensañan contra paradas, automóviles ajenos, señales de tránsito, edificios, y demás propiedad pública y privada. ¿Qué tiene que ver esto con protestar por mejores condiciones de vida?
Lo más irónico es que nosotros mismos exigimos a todos los gobierno que nos den, y nos den, y nos den. Queremos más parques, áreas verdes, luminarias y paradas. Pero una vez que lo tenemos, acto seguido lo desbaratamos. Hay que ser serios. Destruyendo la propiedad pública, estamos tirando a la basura el dinero que pagamos en impuestos.