Tres elementos característicos de la inmoralidad. Es decir, lo que no cumple con las reglas que deben seguirse para hacer el bien y evitar el mal. Son flagelos de la sociedad amoral, el azote social humano. Es, por así decirlo, una censura severa a los vicios que carcomen la vida del hombre para acabar con él.
La intriga es un manejo escrito para lograr un fin. Ella, la intriga y el egoísmo constituyen un trío funesto, destructor y devastador.
La ociosidad, dice el Espíritu Santo, es maestra de muchos vicios. (Eclesiástico XX, 11-29). Montaigne, moralista y pensador francés, nos dice que no es un cuerpo lo que se educa, no es una alma que escribe, si no un hombre y no se le puede formar dos veces: el hombre es un compuesto de alma y de cuerpo; verdad que hay que volver a pensar pues es habitualmente olvidada, omitida o soslayada".
Sócrates admite la idea de un Dios soberano que impone una ley moral que el hombre debe acatar. Para eso el hombre debe aplicarse a conocer y a practicar la virtud y el bien.
Es posible, es a veces conveniente y oportuno, que las personas que conviven socialmente se fundan; pero es sumamente difícil lograrlo. Es menester para ello un conjunto de circunstancias dichosas, que rara vez la prudencia humana puede propiciarnos, y que casi siempre dispone con especial disposición la prudencia divina. Uniones como la de las iglesias necesitan, más de la fortuna y del saber de todos los cristianos y hombres interesados que las llevan a cabo, de una ocasión propicia y de un acuerdo feliz de las asociaciones o grupos, más que resultado natural, parece milagro. Uniones de esta clase se hacen cada día más difíciles, porque mientras más actúan equivocadamente contribuyen a los enemistades sociales y a las incomprensiones y al qué dirán por su escaso comportamiento cultural cristiano.
"Dios salve con su amor al mundo".