El fraude de la Media Luna
Néstor Jaén S.J
Crítica en Línea
Las imágenes vistas
por miles de panameños y panameñas a través de la televisión
en las que aparece el señor Ronic Muñoz pinchándose
los dedos, para luego presentar la sangre en su cuerpo como un milagro,
han producido toda clase de comentarios. Nosotros nos sumamos a ellos con
una exposición breve de nuestra opinión sobre el asunto y
más allá de este caso concreto.
En primer lugar tenemos que decir que nuestra fe cristiana no se debe
fundar en la visión ni en la experiencia de cosas extraordinarias.
Precisamente el domingo pasado leíamos en el Evangelio el reproche
que Jesús le hizo al apóstol Tomás porque quiso ver
para creer. Y Jesús añade: bienaventurados los que sin ver,
creyeron. Tomás no le creyó a la primitiva iglesia de sus
compañeros apóstoles y hoy, al igual que él, existe
mucha gente que no cree con suficiente firmeza ni a la Sagrada Escritura
ni a la Iglesia, sino que anda buscando cosas raras para poder creer. A
esto la Iglesia debe oponerse con firmeza.
No negamos que a lo largo de la historia hayan existido milagros o que
se puedan dar en la actualidad, pero antes de catalogar algo como milagroso
tenemos que considerar diversas posibilidades.
1. Puede tratarse de un fraude con fines de lucro o de llamar
la atención, y de estos casos la Iglesia ha tenido numerosas experiencias.
Estas situaciones deben investigarse y si se comprueba el engaño
debe ser sancionado adecuadamente, aunque no es natural, con caridad cristiana,
sin embargo la credulidad de ciertos pastores en nuestra Iglesia y en otras
no debe ser un modelo a seguir.
2. Puede tratarse también de un fenómeno psicológico
fuera de lo común y esto pertenece a la ciencia de la Parapsicología.
Aquí no necesariamente hay fraude. A veces ni los propios protagonistas
saben cómo ocurren ciertas cosas dentro de ellos. Hay gente que mueve,
por ejemplo, objetos a distancia y sin tocarlos; hay individuos que provocan
incendios con la mente e igualmente hay personas que se elevan del piso
venciendo la gravedad o que sangran debido a ciertas fuerzas mentales. Esto,
en consecuencia, no es ningún milagro.
3. Finalmente en algunas ocasiones se dan fenómenos muy
impactantes que ni son fraudulentos ni parapsicológicos sino que
simplemente se deben a técnicas que suelen guardarse con mucho secreto,
como por ejemplo para dominar serpientes, para enterrarse cuchillos en el
cuerpo sin causar heridas ni sangrar o para producir estados hipnóticos.
A veces esto se considera milagroso pero no lo es. Muchas de estas técnicas
las usan algunas personas con fines curativos y eso no tiene nada de malo
con tal de que no se manipule a las personas.
¿Y los verdaderos milagros? Estos hay que enfocarlos primariamente
no desde lo prodigioso y espectacular, aunque esto se dé, sino desde
su valor como signo del Reino de Dios. En el Evangelio los milagros de Jesús
son expresión de amor y de liberación además de manifestar
su poder. Y son, en consecuencia, árboles buenos que producen frutos
buenos.
La Iglesia distingue las cosas que son buenas de aquellas que, además
de serlo, son también milagrosas. Las cosas buenas son las que expresan
"de arriba hacia abajo" el amor de Dios a su creación y
"de abajo hacia arriba" el amor nuestro a Dios, al prójimo
y a nosotros mismos. Y estas cosas pueden darse en la vida más ordinaria
del mundo: de parte de Dios los dones diarios de la vida, la salud, el trabajo
y sobre todo el don de la gracia y de parte nuestra el cumplir con los deberes
escolares, realizar el propio trabajo a conciencia, vivir la vida de familia
con plena responsabilidad, practicar la solidaridad frente a los prójimos
necesitados, poner los propios talentos al servicio de la comunidad, hablar
con el Señor amistosamente y así muchas otras cosas. A través
de todas ellas Dios se acerca a nosotros y nosotros a El sin necesidad de
hechos llamativos ni espectaculares.
Sin embargo, como decíamos antes, también se dan los hechos
milagrosos. Para que la Iglesia los considere como tales deben darse varias
condiciones: 1) Que sean expresión del amor descendente y ascendente
que hemos mencionado, 2) que no estén acompañados de una teología
errónea y por lo tanto contraria a la verdad del Evangelio, 3) que
se experimenten en profundidad como una actuación de Dios más
allá de lo común y 4) que no se puedan explicar por medio
de realidades meramente humanas (científicas, psicológicas,
sociológicas...). En base a estos criterios y tal vez a alguno o
algunos más, los milagros reconocidos por la Iglesia son muy pocos.
Nos basta decir que en Lourdes, por ejemplo, mientras que una comisión
de médicos de todas las creencias e incluso ateos declaró
una vez que en un siglo de historia habían tenido lugar allí
quinientos casos de curaciones inexplicables para la ciencia, la Iglesia
reconoció en esos cien años sólo 40 milagros.
Todo esto nos invita a vivir nuestra fe sin ese afán de sensacionalismo
que muchas veces nos invade. Y por último queremos decir que Dios
es tan bueno que aun de los engaños puede sacar bienes. Pensamos
que este es el caso tal vez de muchas personas de buena fe que creyeron
en los fenómenos de la Media Luna y que fueron engañadas.
Probablemente algunas de sus actitudes y conductas las acercaron al Señor
a pesar del engaño sufrido. Sin embargo, de nuestra parte no nos
metamos a jugar con cosas no aprobadas por la Iglesia. Vayamos por los caminos
seguros de la fe en Cristo tal como aparece en las Escrituras y en las enseñanzas
fundamentales de la fe. Así no nos equivocaremos.


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No negamos que a lo largo de la historia hayan existido milagros o que
se puedan dar en la actualidad, pero antes de catalogar algo como milagroso
tenemos que considerar diversas posibilidades. |

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