Transportarse es una necesidad que ha tenido el hombre que afrontar desde su aparición sobre el planeta, en complemento de las diversas urgencias diarias, como: vivienda, comida, vestir, trabajar, estudiar. Esta actividad a mi juicio está supeditada a tres términos básicos de carácter cimero: antigüedad, evolución y renovación; despuntando con pronunciada severidad en el ajetreo que involucra esta faena cotidiana.
Han pasado muchos años que el país reclamó el advenimiento de una nueva flota de buses que reemplazara las chivitas en atención al crecimiento precipitado de la población; haciendo su entrada triunfal los ostentosos diablos rojos que hasta nuestros días siguen dándonos lo poco que ya les queda, máquinas poco comparables hasta estos momentos.
En su evolución han contribuido positivamente con el progreso de la capital y su área perimétrica sin que haya nada que objetar, ya hoy los pobres tienen que abrir paso a lo más tráfico del ciclo, su renovación. Aparejada con la capitulación llega la defunción, el tiempo es el máximo rector de todo cuando existe, guardando el secreto de la prolijidad viviente.
Hoy nos dice presente una nueva esperanza, el Metro-Bus, esperamos de él el acoplamiento de todo lo mejor. Tenemos que llegar temprano a nuestros trabajos, también a las clases diarias, aquí no hay cupo para comparecer tarde. En el área de Juan Díaz, sector de Don Bosco, hay una monumental piquera a donde acuden miles de usuarios de diversas comunidades a tomar su bus en la madrugada. El nuevo sistema no está saliendo de allí, ¿qué van a hacer con ese elemento primordial quedado en zaga? Paradas ordenadas, seguridad, decencia, he aquí su conjunto universo. Puesto a nuestras órdenes, este nuevo ensayo, les ofrecemos mil vítores, augurándoles los más resonantes éxitos.