Abatidos todavía por la infausta noticia, estremecidos ante la confirmación ineludible de la caducidad y la decadencia de la materia, que no se detiene ante ignotos personajes ni ante carismáticos protagonistas de la historia, intentamos definir la grandeza del legado de Karol Josef Wojtila, el Papa Juan Pablo II El Grande.
Vino de Polonia al cónclave para elegir el reemplazo del Papa de la Sonrisa, Juan Pablo I y no regresó ya como el cardenal de Cracovia porque aquel 16 de octubre de 1978 fue entronizado como el Vicario de Cristo en la tierra ante la sorpresa de todos porque era el primer Pontífice nacido fuera de Italia en más de cuatro siglos.
Describir es difícil a quien desde su estrado lanzó sus venablos contra la utilización de las personas como simples objetos, como instrumentos de enriquecimiento y escarnio, contra la enajenación del consumismo, contra la globalización y la avidez salvaje del capitalismo.
Juan Pablo II levantó su voz contra la guerra, contra la violencia, contra la injusticia y el desenfreno de ese capitalismo salvaje, feroz y se acercó a los jóvenes como no lo había hecho nadie en su cargo en toda la historia moderna de la cristiandad católica.
El Papa tuvo valor. Se atrevió a dirigir la mirada al interior de la historia de la Iglesia, caminó por los intrincados pasadizos donde
estaban incrustradas sus falencias y reconoció sus errores. Pidió perdón por la inquisición, por las torturas, por la violencia, por la hoguera de
Giordano Bruno, por la persecución de Galileo, por las milenarias afrentas contra los judíos, los hermanos mayores.
No sólo Karol Josef Wojtila manifestó sus opiniones, no todo el tiempo aceptadas por las mayorías ni por los poderosos, sino también acercó el centro a las periferias, recorrió un mundo muchas veces desconocido para sus predecesores. Sus viajes dieron la vuelta al planeta tres ó cuatro veces y su rostro es más conocido que el de cualquier otro ser humano.
Estuvo en países ignorados por el individuo medio de una gran metrópoli como Nueva York. Su incansable periplo lo llevó desde las tórridas llanuras
africanas hasta las gélidas tierras del norte de Europa; desde el Asia complejo y misterioso, hasta la mestiza América Latina; no tuvo reparos en abordar el avión para cumplir su misión apostólica de acercar a los católicos de todos los continentes.
Karol Josef Wojtila no sólo fue un hombre religioso. Fue deportista, poeta, literato. Enfrentó los regímenes totalitarios de su natal Polonia, el invasor y feroz nazismo así como el ateo comunista.
Era un hombre fuerte, atlético a quien uno podría imaginar ataviado con la indumentaria de un futbolista, o de un escalador de montañas.