Había un silencio especial. Era como ver una obra de teatro, donde está prohibido respirar. El silencio permitía escuchar la voz de un comentarista en la distancia, las páginas de un escritor cambiar de posición y hasta el latido de los corazones acelerados por la emoción.
Allí estaban, debidamente acreditados los miembros de la familia periodística panameña, los de Costa Rica y también los infiltrados mexicanos. Había personal médico, agentes de policía y unos cuatro ejecutivos infiltrados o disfrazados de periodistas panameños.
Los celulares fueron silenciados, estaban mudos... y hasta la vibración en los bolsillos con grandes monedas ticas, les delataba. Estaba prohibido celebrar, no se podía gritar, conversar en voz alta era motivo de miradas poco halagadoras. Allá a lo lejos, a unas 15 sillas a la derecha se escuchaba cuando unos acreditados abrían su enorme bolsa de tacos. Se sentía el “clic” de una cámara digital y también el sonido de una alarma en un reloj de pulsera.
“Dela... de una”, dijo... un periodista tico, refiriéndose a una jugada de Paolo César Wanchope. “Fue muy individual”, murmuró, pero a cinco sillas de allí, se escuchó.
La pelota nunca había gritado tanto. Cada patada o cabezazo le dolía, la pobre se quejaba como nunca en su vida. “Poom... poom”, pobrecita, nunca antes se le había escuchado su dolor y sólo en un partido de puertas cerradas, se notó su sufrimiento.
Una periodista se levantó y le dijo a su compañera... “voy al baño, no aguanto” y todos los caballeros se miraron.
Había una tranquilidad en el ambiente que no era normal. Los gritos, la suma de tantos corazones latir, se perdió. Jamás se escucharon los reproches, las voces de ánimos, sólo imperaba el silencio.
Dijo Jasin Quezada, de Radio Columbia, cuando Panamá marcó el gol del empate: “Con público o sin público... se hubiese escuchado el mismo silencio”.
Allí seguían los panameños, los de la prensa tica y los que a último momento recibieron sus pases de prensa, a pesar de no ser periodistas. Los zapatos de Juan Carlos Mas, periodista panameño, hacían un ruido poco agradable al acariciar el piso. Edmundo Vargas, un veterano de la prensa deportiva, no se movía; era una especie de estatua de sal. De repente Arturo Bolvarán del diario El Siglo, estornuda y nadie le dice... “salud”, parece que no se escuchó, o todos estaban sordos por el partido.
La brisa sigue soplando, el sonido que emite el silbato del árbitro jefe (Marco Antonio Rodríguez) era cada vez más fuerte. Parecía que estaba sentado al lado de los periodistas. El agente de seguridad frente a la prensa, seguía inmóvil... la banca de la selección de Panamá aplaude una buena jugada de Julio Medina III y al fondo se escucha a Felipe Baloy gritar: “buena esa pucho”.
Al fin se movió Edmundo Vargas y Alonso Solís se traga el aire fresco del estadio con un bostezo que daba sensación de que faltaba la afición. “Alooo, estoy en el juego, no te puedo hablar ahora, te llamo”, dijo una periodista tica... parecía que el novio le llamaba.
“clic... clic, clic”, pero no era el sonido de una cámara digital, eran los dedos de un periodista tico que le pedía movimiento a su equipo. “Vamos, rápido”.
Todos aplaudieron... se acabó el partido. Los corazones seguían latiendo, unos de dolor y otros de alegría. Era la misma velocidad, pero en sentidos contrarios.
¡ASI FUE EL PARTIDO!
Primero en la historia de las eliminatorias de la CONCACAF en jugarse a puerta cerrada y el primero en la historia, donde se le cobra a la prensa.
¡GLUP... GLUP!
Era mi garganta, saboreaba una botella de agua, cortesía de la federación tica. ¡No te quejes!