Dice el diccionario de la Real Academia de la Lengua que manipular es: Controlar sutilmente a un grupo de personas, o a la sociedad, impidiendo que sus opiniones y actuaciones se desarrollen natural y libremente.
Sobre la base de esta definición, vamos a aterrizar en el meollo del tema. Para que exista un ser manipulado, debe existir un manipulador, un líder de pensamientos extraños que siembra buenas o malas ideas, dependiendo del cristal con que la miremos.
En la sociedad, hay personas muy frágiles y fáciles de manipular. Los niños son la presa número uno en estos menesteres. En la época de los militares era muy común que en los barrios pasaran imágines de lo que hacía el general. La intención aquí era vender que la revolución era sana y buena para el pueblo y lo lograron en en su mayoría.
En otras esferas, el concepto no varía. Puede ser que en el barrio alguien venda sus ideas para ganar adeptos. En la política es aún peor. La manipulación sobrepasa el límite. Aquí, el jefe envía mensajes claros: si no se cuadran, no hay puestos de trabajos. El jerarca gana su par de seguidores y los convierte en informantes para estar atentos a cualquier plan contra él, pero claro, las personas que se venden lo hacen a un bajo precio. Ellos se quedan si criterio para tener derecho a pensar por sí mismos y actuar de forma personal.
También estas cosas suelen ocurrir en el fascinante mundo laboral, donde personas con rango logran hipnotizar a unos cuantos gatitos para mantenerlos de su lado. Usualmente pasa con los niños laborales (los más prematuros).
Si usted es de esas personas que abandona todo para seguir a un líder que siembra cizaña, mejor vaya buscando el camino correcto porque, el día que no esté el general, usted tratará de buscar amigos, pero todos lo mirarán como el malo de la película. ¡Qué le cuesta ser bueno!