De la noche a la mañana usted observa que alguien al que usted conoce de toda la vida comienza a mostrar (y alardear) una riqueza que no se compagina con el trabajo o los negocios en los que se ha desenvuelto normalmente.
Para cualquier persona maliciosa esa es una señal de que algo raro está pasando. El tipo no se ganó la extraordinaria, ni el acumulado del 5 y 6 ni recibió una herencia de un lejano pariente millonario.
Así en Panamá hay muchos casos. Jovencitos que no alcanzan las tres décadas de vida se introducen en negocios turbios como el lavado de capitales, tumbe de drogas, asaltos y distribución de narcóticos.
No es descabellado especular que tal vez usted, estimado lector, conozca del caso de alguien en esta situación. Quizá sea un vecino, un amigo, o el hijo de uno de ellos. Quizá pueda tratarse incluso de alguien de su propia familia.
Las historias sobre estas personas son similares: los padres miran hacia otro lado y aprovechan el fruto de los negocios sucios de su hijo, pero olvidan que la carrera de un delincuente es corta.
Tarde o temprano el brazo de la justicia les cae encima o mueren en algún desacuerdo con sus socios de maleantería. Por ahí aparecen todos los días hombres ejecutados en matorrales de toda la República. A nadie lo ejecutan porque sí. En algo turbio está metido.
Luego vienen las lamentaciones. Los padres lloran y preguntan porqué pasó lo que pasó. En cierta forma son responsables de lo sucedido. Si usted detecta que su hijo -aunque ya sea adulto- llega con carros último modelo y el billete se le desborda por la cartera, lo mínimo que debe hacer es indagar sobre las cosas que anda haciendo su descendiente.
Hay que entender que nada llega fácil en la vida. Y si llega fácil, fácil también se va.
Ni el mejor negocio legal del mundo permite a una persona andar de botarate. Si usted observa a alguien repartiendo dinero a diestra y siniestra, hay una gran probabilidad que ese sujeto está en cosas indebidas.
Lo peor de todo es que una vez alguien se introduce en actividades ilícitas entra en un camino sin retorno. Se acostumbra al dinero fácil y hay que tener mucha fuerza de voluntad para retornar al sendero del bien.
Sin embargo, siempre hay una oportunidad y nadie pierde nada al tratar de intentarlo.