MENSAJE
Una madre como pocas
- Hermano Pablo,
- Costa Mesa, California
Eugenia Durón tomó
de la mano a sus dos hijos. Eran Julita, una niña de catorce años,
y David, un varón de doce. Eugenia iba seria, apenada, pero firme.
Llevaba a sus hijos a la policía para que los arrestaran. "Estos
son mis hijos -confesó la mujer-. Son ellos los que causaron el vandalismo
en la escuela Colfax. Los traigo para que les den el castigo que les corresponde".
En efecto, esos dos niños habían causado destrozos grandes
en su escuela.
El comentario del jefe de policía fue: "Esta es una madre
como pocas. En vez de defender a sus hijos, los denuncia y pide castigo
para ellos".
¿Cómo debe reaccionar uno ante semejante acción?
Quizá la primera reacción sea la de condenar a una madre que
haga eso. ¿Dónde está el amor de madre? ¿No
eran acaso suyos esos hijos? ¿Qué madre podría actuar
así?
Esa es probablemente la primera reacción, la que tendrían
la gran mayoría de madres. Pero es una reacción que merece
serio estudio.
Una vez más, como en cientos de casos, aquí entra en juego
la gran ley universal de la cosecha: &laqno;Cada uno cosecha lo que siembra»
(Gálatas 6:7). Es cierto que se puede eludir esa ley. Hay una manera
de esquivarla. Si alguien pone algún impedimento para que el que
siembra el mal no coseche lo que ha sembrado, se puede evitar un castigo
inmediato.
¿Y qué mal hay en eso?, preguntará alguien. El mal
está en que lo único que nos prepara e instruye en la vida,
lo único que nos madura, lo único que nos da fuerza moral,
es tener que cosechar lo que sembramos. Y cuando alguien nos ayuda a eludir
las consecuencias de nuestra siembra, solamente está aumentando el
mal de nuestra impiedad. Tarde o temprano recogeremos la cosecha, y mientras
más tarde sea, más dura será.
Miles de hombres que hoy están en las cárceles con largas
condenas, amargamente dicen: "Si mi padre me hubiera corregido cuando
hice la primera travesura, yo no estaría aquí". La Biblia
sabiamente dice: "Ciertamente, ninguna disciplina, en el momento de
recibirla, parece agradable, sino más bien penosa; sin embargo, después
produce una cosecha de justicia y paz para quienes han sido entrenados por
ella" (Hebreos 12:11).
No les neguemos a nuestros hijos el gran favor de permitirles cosechar
el resultado de su siembra. Es lo único que hará de ellos
hombres y mujeres con madurez, disciplina, dignidad y comprensión
de lo que es la justicia.
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