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Escuchando una entrevista de un ex presidente de la República, he tenido que retroceder la mirada hacia el pasado oscuro y triste que son el corolario de acontecimientos históricos comprometidos, por posiciones un poco difícil de dilucidar.
No es mi intención entrar al despolvar documentos, ni acciones ya fenecidas que duermen con sosiego en el fondo sereno de nuestra historia, donde los padecimientos y presiones, tuvieron más éxitos notables que un pueblo interesado por su libertad.
La vida departamental primero, y los sucesos de separación, comprueban lo antes apuntado. Estudiando a grosso modo los rasgos que alimentaron circunstancialmente los hechos, arribamos a conclusiones diáfanas, donde las ambiciones e intereses unidos, fueron en la consecución de un fin, hasta con el plumazo oportuno, para que todo quedara a buen recaudo y debidamente consumado.
La naturaleza de nuestra situación geográfica, ya desde la colonia, había despertado curiosidad que se desbordó a raíz de la unión a Colombia y por ello fuimos y somos patrimonio que motiva desenfrenada codicia. Los acontecimientos de importancia, que sí los han habido, como hitos en el camino, fueron producto de hombres salidos de la diaria conformidad que dieron un grito en la penumbrosa selva de la desorientación. Son los desenlaces notorios y temerarios de aquellos que contaban con grandes porcentajes de coraje, dotando las crónicas de acervo valiosos, cambiantes de la ingenuidad y sencillez del tiempo que les tocó vivir.
Nadie que no sea atrevido o esté ausente de relevancia, puede ser un personaje histórico. Los sellados del servilismo jamás podrán entrar a ese universo intrincado, donde la osadía ha emplazado su imperio habitual, hospitalarias a todas bizarras e inconformidades que hacen temblar el convulso libro de las transformaciones trascendentales. La historia no recoge detalle alguno de: un mudo, un taimado o un conformista, que en ausencia de tropel, con señales y gestos, hayan hecho temblar el mundo. Por eso en el diario peregrinar encontramos criaturas que obedecen a su estómago, no al cerebro; viviendo del halago eterno. Todo es borrable, empeñándose en eliminar del diccionario la presuntuosa palabra heroicidad. Los pueblos distraídos no pueden ser registrados por la historia, ella no desvía su atención, ni pierde su tiempo con los que viven placenteramente en el limbo; abre con virtud preeminente, las puertas amplias, donde el talento entra vigoroso y altivo a los terrenos gobernados por la sublimidad. Justo Arosemena, Tomás Herrera y Belisario Porras, fueron panameños heroicos; la pluma con embriagante tinta y el verbo grandilocuente, también tienen el poder de estremecer la tierra a la hora indicada. No sólo la espada que corta la cerviz o el cañón que vomita fuego letal, trastocan la sensible sencillez del tiempo, también la genialidad de un hombre, puede herir la serenidad de la época, generando el inquietante suceso inmortal. |
