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 Sábado 4 de marzo de 2000



Botánico panameño asegura que cura cáncer y sida

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Diomedes Ureña
Crítica en Línea

El ser humano, a lo largo de su historia, ha intentado contestarse las interrogantes sobre la vida y la muerte. Ha especulado sobre la energía que mueve al universo y cómo esta fuerza influye en su nacimiento, evolución y muerte.

Es posible que sólo Dios pueda resolver las interrogantes que se plantea el hombre y la mujer, en cuanto a su papel en este orbe, a veces arbitrario e incomprensible.

Seguramente, como paliativo ha buscado en la comodidad una respuesta; es decir vivir holgadamente, satisfaciendo sus necesidades primarias, además de las evocadas por la vida en sociedad. Sin embargo, en cuanto al tema de la salud y la manera de prolongar la vida, la lucha ha sido más ardua y tenaz, que las reflexiones de tipo ontológico.

Siempre han existido las enfermedades y los males que aquejan al cuerpo humano. También han abundado los que intentan aliviar estos padecimientos. Desde la más remota antigüedad, en que los sacerdotes, brujos y chamanes practicaron sus sortilegios para devolver el bienestar, pasando por los fundadores de la medicina tradicional en la Grecia de Hipócrates y el oscurantismo medieval, hasta llegar a la ultramoderna concepción genética de la medicina, el ser humano ha intentado denodadamente salvarse del abismo de la muerte prolongando su existencia.

Este recorrido ha mantenido su evolución en la medicina de corte tradicional; aunque han permanecido otras corrientes, cercanas al conocimiento original que fundó la actividad curativa, es decir, la medicina natural.

En ese sentido, muchos pueblos, en todas las regiones del mundo, conservan intactas las reglas y fórmulas de curación basadas exclusivamente en sustancias provenientes de la naturaleza, que proporciona todo tipo de variantes para consolidar una, si se quiere, farmacopea esencial.

En nuestro país existe este conocimiento, esta sabiduría, que no ha logrado ser erradicada de la preferencia popular. Nos referimos a la actividad curativa basada en los conocimientos botánicos, es decir, de las plantas, raíces, hojas y otras.

De esta manera, destaca de manera sobresaliente, el médico botánico Diomedes Ureña, oriundo de la provincia de Chiriquí, cuya trayectoria sobrepasa los veinte años de aciertos y beneficios para la población nacional, a lo largo y ancho de todo el territorio y aún mucho más allá.

Ureña afirma que todo lo que sabe y conoce de medicina natural, le fue otorgado como un don divino, que se reveló en sus manos, cuando estuvo a un paso de morir, como consecuencia de un cáncer.

El mismo, según nos cuenta en conversación informal, acudió a todo tipo de personas con la intención de recuperar la salud y no faltaron curanderos, místicos y otros, cuyo único propósito fue obtener ganancias a costa del sufrimiento que lo orillaba ante el abismo oscuro de la muerte.

Entonces, continúa diciéndonos Ureña, su último recurso fue encomendarse a Dios, a través de la oración y de la fe, elemento fundamental en su ulterior cura y con cuya intervención considera que más de la mitad del camino hacia la luz ha sido recorrido. Así, descubrió la facultad de percibir aquello que, de manera natural, sin la intervención de ningún artificio, podía socorrer a las personas, no importa cual fuera el trance por el que atravesara.

Indica Ureña que observó los alimentos que ingerían las aves y los animales de nuestras selvas y bosques y esto permitió que el 9 de mayo de 1980, tuviera preparado lo que él denomina su "primer revuelto de medicamentos" que, finalmente erradicó de su organismo el tan temible mal que lo amenazaba.

Ese fue el momento en que Ureña descubrió su camino y comenzó a ayudar a personas enfermas, cobrando apenas cantidades simbólicas, porque era consciente de las carencias de las personas que a él acudían en busca de alivio y esperanza.

"Yo estaba ansioso por salvar a las personas tanto, que pedía a Dios que me otorgara la sabiduría para comprender todos los tipos de males en los diferentes tipos de personas, no importa su raza o procedencia... lo que en nuestro país es de suma importancia, debido a las mezclas y al mestizaje existentes".

Ureña descarta la práctica de sortilegios y la brujería, en este tipo de curaciones y define su ciencia como una corriente transparente cuya fuente es la fe en Jesucristo.

Agregó Diomedes Ureña que cada persona tiene una señal, que se entroniza en su gesto, en su rostro, en sus ojos, de la enfermedad que la ha de causar la muerte si se mantiene observando conductas negativas, por lo que recomienda, como primer paso para recuperar el equilibrio y la armonía de su organismo, es buscar los caminos de la paz y la fe en Dios.

El botánico chiricano alega que ha curado a más de cinco mil personas del mortal cáncer, lo cual ha sido el resultado de la fe y la voluntad puestas en la efectividad de la cura, así como en la sabiduría divina, fuente de toda verdad y ciencia.

Aseguró que, pese a los grandes avances científicos, los que respeta y admira profundamente, no hay nada más efectivo que lo natural, que es lo que hasta el momento ha dado los mejores resultados en la batalla contra el cáncer, el SIDA y otras enfermedades que supuestamente no tienen cura conocida.

La opinión de Ureña sobre estas enfermedades mortales, consideradas el azote el último siglo y con gran injerencia en el que se inicia, son consecuencia del alejamiento de la naturaleza. Por ejemplo, afirma, el cáncer es la respuesta del organismo a la indiscriminada cantidad de sustancias químicas que se ingieren diariamente en alimentos y el VIH SIDA, es la distancia que ha establecido el hombre y la mujer de su estado natural, que es la fidelidad, el amor y el respeto.

Ureña, quien es de la creencia que las personas deberían vivir, al menos, 120 años, dijo que debemos prestar más atención a esas cosas que hacemos y que pensamos que no tienen consecuencias, porque allí está lo medular del desmoronamiento de la salud pública de todas las naciones. Comer demasiado, consumir sustancias innecesarias, alimentos procesados y observar conductas indecorosas, reñidas con la moral, las buenas costumbres y que atentan contra la integridad familiar, son los puntales en el declive de la salud y la vida.

TESTIMONIOS: JUAN M. DIAZ PADECIA DE LEUCEMIA

Uno de los testimonios expresados por uno de los pacientes de Ureña, lo ofreció Juan Manuel Días, quien padecía de la leucemia conocida como linfoblástica aguda, detectada en el año 1996.

Señaló Díaz que los primeros síntomas de este mal, se le manifestaron, de manera inusual, con cansancios, fatiga, lo que debido a sus condiciones físicas como deportista, le causaron alarma, por lo que acudió a los médicos. Su condición se fue deteriorando y comenzaron las hemorragias, la reducción de peso y de los niveles de hemoglobina, cuyo conteo quedo situado en los 3 gramos.

Con estos antecedentes, Días acudió a Ureña y desde hace aproximadamente once meses ha obtenido mejoras en su estado general, que se había deteriorado tanto, que quedó postrado en una cama, incapaz de caminar.

Indicó Díaz que el tratamiento comenzó a surtir el efecto esperado, como a las dos semanas de haberlo iniciado, por lo que agradece a Ureña el haberse hecho cargo de su mal, ya que en estos momentos se encuentra recuperándose positivamente y los niveles de su hemoglobina alcanzan los 14 gramos.

"Ha sido un giro de 180 grados, antes estaba en nada y ahora estoy normal. Imagínese lo que es para una persona acostarse y no poder levantarse a caminar al día siguiente. Yo me sentía en dos mundos, por eso le doy gracias a Dios por permitir que existan personas como el señor Ureña, que curan a sus semejantes, dijo Díaz.

Cáncer uterino: diagnóstico de Agueda Espinosa. Ureña le salva la vida. Otro de los testimonios vertidos fue el de la señora Agueda de Espinosa, quien sufrió de un tumor canceroso en la matriz que le causó los peores momentos de su vida.

Manifestó que desde que la enfermedad se hizo presente en su cuerpo, empezó a tener hemorragias abundantes y a sentir mucho dolor.

Inicialmente, se dirigió al Hospital Santo Tomás para establecer que era lo que le ocasionaba esos trastornos. Los médicos, luego de tratarla, la remitieron al Hospital Oncológico, donde después de una junta los galenos le hicieron el diagnóstico fatal.

"Pero aún así, yo pensé que me iba a morir, por los muchos dolores y la pérdida de sangre", rememoró la señora Espinosa.

Posteriormente, la enviaron a casa por dos meses, período en que su cuerpo se hinchó y perdió sangre en gran cantidad, en forma de coágulos del tamaño de una naranja, que emanaban cada cinco minutos.

Indicó que no podía moverse de la cama, creando dependencia de las personas que la rodeaban; fue entonces cuando su esposo entró en contacto con Ureña y después de ocho días de tratamiento, comenzó otra vez a valerse por si misma, lo que no podía llevar a cabo desde hacía tiempo.

Así son muchas las personas que han sido curadas por este humilde panameño, bendecido con este don otorgado por Dios, al cual puede localizar en el Apartotel Plaza al número 264 5033 o a los teléfonos 770 5512 o 637 6927.

 

 

 

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Así son muchas las personas que han sido curadas por este humilde panameño, bendecido con este don otorgado por Dios, al cual puede localizar en el Apartotel Plaza al número 264 5033 o a los teléfonos 770 5512 o 637 6927.

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