¡Mi hija vive!

Melquiades Vásquez
Crítica en Línea
A la niña Delmira
Ortega, sus familiares ya le habían adelantado los trámites
del sepelio. Ella contaba con tan sólo cinco días de vida.
Su tía, Laura, había hablado en la funeraria para que confeccionaran
un ataúd de casi un metro de largo, pues prácticamente ya
no había nada que se podía hacer, sin embargo, su padre Crecencio,
quien escuchó hablar del Cristo Jesús Nazareno de Atalaya,
decidió pagar una manda y, pocos días después, lentamente
se fue borrando del semblante de la niña las marcas de la muerte.
El Sr. Crecencio Ortega dio gracias a Dios y al milagroso santo por rescatar
a su pequeña de los brazos de la muerte. Hoy, para él, sus
once años de caminata continua hacia la región de Atalaya
en la provincia de Veraguas, es un símbolo de profunda devoción
y fe, pues representó para la familia Ortega la salvación
de la muerte.
La bebé de dos años y medio, antes de ser salvada, estuvo
postrada en una camilla. No hablaba, no comía. Sus ojos hundidos
y su cuerpecito casi esquelético prácticamente la sentenciaban
a la muerte. Su única salvación, dice su padre, fue contar
con uno de los mejores abogados que tiene Dios y ese fue el Cristo Jesús
de Nazareno de Atalaya.


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Apuntes |
Redacción
Crítica en Línea
La historia cuenta que para el año de 1730
ya existían peregrinaciones hacia este sitio procedentes de otros
lugares como Montijo, San Francisco, Ocú, etc., tradición
que fue incrementándose con el transcurrir del tiempo.
Por otra parte, una versión de la leyenda establece
que la imagen llegó de manera inexplicable a la cabecera del Río
de Jesús, a poca distancia del parque del pueblo.
También existe el caso de aquellos que afirman que
la misma fue traída por los misioneros españoles, y que Atalaya
era un reducto indígena que se resistía a la conquista española
haciéndole la guerra, por lo cual los españoles invocaron
al santo y ofrecieron una imagen en este pueblo si ganaban la batalla, lo
que en efecto sucedió y se trajo dicho Cristo.
La parte histórica más tangible destaca al
padre Juan José Cánovas, como el principal impulsor de estas
romerías que cada año se ven incrementadas por la fe de un
pueblo que acude a Jesús como su único salvador y redentor,
ante las pruebas que se presentan en el diario vivir.
El padre Cánovas fue cura párroco de la iglesia
del poblado durante 52 años que comprendieron desde 1912 a 1964,
en los cuales las peregrinaciones se incrementaron notablemente, a tal grado
que en 1964 el Papa Juan Pablo VI declara esta iglesia como Basílica,
título que reciben ciertas iglesias por su importancia, la afluencia
de fieles, devoción a algún santo o situaciones especiales
que ameritan que la misma sea distinguida de alguna manera. |
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