MENSAJE
La venganza de la cruz

Hermano Pablo
El hombre, de cincuenta y siete años de edad, tenía que huir. Había cometido dos graves delitos. Acababa de robar todo el dinero de una iglesia y de abusar de una niña de trece años de edad. Por eso Fabio Bianchi, de Milán, Italia, buscó esconderse entre las tumbas de un viejo cementerio. En la oscuridad de la noche se ocultó detrás de una enorme cruz de piedra, parte de una vieja tumba de setenta y cinco años. Inexplicablemente, la cruz perdió pie y cayó sobre Bianchi, y los quinientos kilos de piedra dieron cuenta de él. Los periódicos milaneses que reportaron el caso le dieron un titular muy descriptivo. Lo llamaron: «La venganza de la cruz». Aparte del mal que reina en el corazón de las personas por todo el mundo y de todas las razas, y aparte del hecho que la religión es impotente para sujetar las pasiones de los hombres, me interesó la deducción del reportero. Me refiero al nombre del artículo: «La venganza de la cruz». El artículo sugería que la cruz había tomado venganza de un malvado. El símbolo se había vengado. Conclusiones como ésta me preocupan. La cruz, en este caso, era un monumento antiguo de piedra. La base, sin duda, estaba carcomida por el pasar de los años, y con el más mínimo empujón que Bianchi inadvertidamente le hubiera dado, tenía que perder el equilibrio. Sugerir que la muerte de Bianchi se debió a una acción mística providencial tiene que hacernos preguntar: ¿Por qué no ocurre algo así siempre que alguien viola una ley moral? ¿Dónde estaban, y están, las cruces cuando ocurren las atrocidades de las guerras del mundo, producto de corazones malvados? Quitemos lo místico del asunto. No se necesita la caída de cruces ni ninguna otra cosa místico-religiosa para que el hombre coseche lo que siembra. El hombre, como quiera, será premiado o castigado, según sus acciones. Incluso, Dios podría alejarse por completo de la raza humana, y sin embargo el hombre continuaría cosechando el resultado de sus hechos. Lo cierto es que Dios envió a su Hijo al mundo para ser castigado en nuestro lugar. De nuestras infracciones de las leyes humanas tendremos que rendirle cuentas al hombre. Pero del mal de nuestro corazón tenemos que dar cuenta a Dios. Fue para eso que Jesús, al morir en el Calvario, hizo expiación por nosotros. La deuda que nosotros nunca podríamos pagar la pagó Cristo. Recibamos el nuevo corazón que Dios quiere darnos. Eso cambiará nuestra vida por completo.
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