Los acontecimientos de los últimos dos días en Colón y la ciudad capital son una muestra más de que la violencia no resuelve nada, y solo genera más agresividad, y en casos extremos como este, la muerte de alguno de los involucrados.
En la sociedad actual, todos vivimos bajo una presión constante, que pone a prueba nuestra capacidad de autocontrolarnos.
Pero cuando cruzamos esa raya, lo único que logramos es causarnos más problemas. Ya sea en una pelea conyugal, una discusión con otro conductor con el que chocamos, o un malentendido en el trabajo, recurrir a la violencia genera consecuencias nefastas, que terminan devolviéndose hacia nosotros, como un "boomerang".
Por desgracia, la violencia parece estar apoderándose de las almas de muchos panameños.
En algunas zonas rojas de nuestro país, incluso la violencia se ha convertido en una carta de presentación, que hace a los más agresivos merecedores de "respeto" de parte de sus semejantes. Esto es claro en las pandillas.
El problema es que mientras más violentos nos volvemos, más enemigos nos creamos. Una persona violenta, comienza a volverse un violento paranóico cuando comienza a temer que otros le devuelvan la misma moneda con que ha estado pagando.
Es por eso que cuando se trata de cortar con la violencia, uno no puede esperar que ese gesto venga de otros. Uno mismo tiene que cortar con el círculo vicioso.
Aprendamos de Gandhi, que logró la liberación de todo el pueblo de la India de las garras del imperio británico sin que él ni sus seguidores hicieran un sólo tiro. Ni siquiera una piedra tiraron. Esa clase de comportamiento sí que es revolucionario.