Un día un hombre se encontró 9 manzanas en el campo. Como no tenían nada que comer en casa, las llevó para compartirlas con su familia. Ellos eran 4. El, su esposa y sus dos hijos.
Tenía que caminar un larga distancia hasta llegar a su hogar. Mientras avanzaba su travesía, su hambre lo metió en un conflicto. No sabía si compartir todas las manzanas o darles algunas a sus familiares. "Tengo 9 manzanas rojas y bonitas. Somos 4 en casa. ¿A quién le daré más de dos, si son 9?", se preguntó.
Pasaron los minutos hasta que por fin decidió, en una hora de camino, a quien darle la manzana adicional.
Cuando llegó, vio a una mujer pálida y dos pequeñines con rostros de miseria. No habían probado bocado en dos días. A pesar de vivir uno de los peores momentos de su vida, el hombre -con los labios que intentaban dibujarle un semblante feliz- dijo: "Sonrían familia mía, tengo 8 frutos que compartiré con cada uno de ustedes. Tomasa, estas dos son para tí; Cachaco, aquí tengo cuatro. Compártelas con tu hermanito Escamoso. Yo me quedo con estas dos manzanas y espero que nos dure hasta el amanecer, pues iré a pescar algo al lago.
La familia Robinson pudo disfrutar en familia un alimento. Dieron gracias a Dios y se acostaron a dormir, pero había algo que no dejaba cerrar los ojos al papá. Sabía que debajo de su almohada tenía la novena manzana, pues hizo creer a su familia que fue justo. La conciencia lo martilló tanto hasta que decidió amarrarse una soga al cuello y tirase al lago. Ese fue el final de esta historia, pero no es final de las historias reales que cometen los hombres en sus vidas.
Hay hombres injustos en la viña. Hay gente que da dos manzanas y se queda con tres, siempre aplicando el juega vivo que caracteriza al panameño.
Si en tu conciencia hay algo que te esté martillando por no ser justo con los demás, no te mates. Recapacita y busca la equidad de todos los elementos, así tu casa siempre estará en paz.