MENSAJE
Justicia divina
Hermano Pablo
Peter Ryan Bardt miraba trabajar a los hombres. Unos empleados de la compañía de teléfonos habían venido a su casa de campo ese 15 de diciembre de 1983. Tenían que poner nuevas líneas y hacer una zanja en la propiedad de Peter en Chestershire, Inglaterra. De pronto, los hombres que manejaban el pico y el azadón hallaron una calavera humana. Peter se puso intensamente pálido. Balbuciente, azorado y tembloroso, confesó: «Es de mi esposa... Yo la maté... hace más de veinte años... en octubre de 1960.» Sin embargo, esa calavera no era la de su esposa. Pertenecía a un cadáver mucho más antiguo. Pero el fortuito descubrimiento había obligado a Peter a confesar su crimen, que parecía el crimen perfecto, porque en veintitrés años no se había hallado absolutamente ninguna pista. Los diarios lo calificaron como «justicia divina». ¡Caso tremendo el de Peter Ryan Bardt! Mató a su esposa por equis motivos en 1960. Destazó su cuerpo y lo enterró en diversos lugares. Con el tiempo olvidó dónde y cómo los había enterrado. Pero la conciencia de su crimen no dejó de perseguirlo. Cuando por pura casualidad unos hombres cavaron en su patio y descubrieron una calavera, el hombre perdió la calma. Y confesó un crimen que parecía perfecto. Así es nuestra conciencia. Dios nos la dio para mantenernos alerta. La conciencia nos habla interiormente. Nos acusa de continuo. No nos deja tranquilos ni de día ni de noche: de día con recuerdos, de noche con pesadillas. No podemos zafarnos de ella. Si nuestro pecado es grande, la conciencia levanta más la voz. Nos va repitiendo, con obsesionante insistencia, que hemos hecho mal, y que el castigo no puede ya tardar. Muchos delincuentes no pueden soportar esa voz por más tiempo, y confiesan espontáneamente su delito. Puede que nuestra propia conciencia nos esté acusando hoy. ¿Qué hemos hecho? ¿Hemos robado? ¿Hemos mentido, estafado, engañado? ¿Hemos cometido adulterio contra nuestra esposa o nuestro esposo? ¿Esa voz se está haciendo pesada, cargante, obsesiva, alucinante? Este es el momento de ponernos de rodillas. Este es el momento de sentir dolor, dolor profundo, por el mal cometido. Y este es el momento de articular en palabras nuestro error y pedirle perdón a Dios en el nombre de Jesucristo su Hijo. De hacerlo así, Cristo nos ayudará a levantarnos, a enmendarnos y a regenerarnos.
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