OPINION

CUARTILLAS
Feliz

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Por Milcíades Ortiz Jr.
Catedrático

El seis de enero pasado llegué a los sesenta y dos años, la Edad Dorada como se le llama ahora. Estoy feliz por ese acontecimiento. Doy gracias a Dios y a la vida que me permitieron alcanzar esa cantidad de años. Ese día tuve recuerdos para jóvenes que no pudieron llegar a la Tercera Edad y se quedaron en el camino. Fueron instantes de recogimiento, de pensar cómo serían ellos a esa edad. Pero la congoja duró poco. Confieso que estoy feliz de comenzar la Edad Dorada, porque me encuentro con buena salud en términos generales. Y con un corazón todavía joven... lleno de entusiasmo y ¡ganas de trabajar!

Sí, les informo que no me jubilaré porque todavía "tengo mucho mundo por conquistar". (¡Se "fregaron" los que querían mi puesto!) Pero ahora mis planes son a corto y mediano plazo, porque lógicamente la estadística de la vida dice que ya recorrí un largo camino.

He dejado algunos sueños a la orilla de la existencia. A veces digo que "esto lo haré en la otra vida", porque yo creo que uno no muere sino que se transforma y luego vuelve. (No me critiquen por creer en la reencarnación). A esta edad tengo derecho a creer en lo que me da la gana). Esa es una de las ventajas que da ser de la Edad Dorada. Ya no tengo que rendirle cuentas a padres, familia o patria. He dado mi cuota de trabajo, sacrificios y esfuerzos a cada una de ellas.

Aunque les digo que por tener canas hace años, ya varios me consideraban de la tercera edad. Me daban preferencia en filas, me enviaban a la ventanilla de jubilados, etc. Lo agradezco, aunque no me hacía mucha gracia. Lo peor es cuando alguien te lanza el insulto de "viejo... pen..." como si tener edad fuera algo malo.

A jovencitos en la Universidad que se les ha salido una observación sobre mis años, les riposto diciendo: "A jóvenes como tú los he visto enterrar, así que no hables mal de la edad de las personas". También soy feliz porque todavía guardo mucho del idealismo de mi edad de mozo. En cuanto a mi trabajo de profesor universitario, cada año invento nuevas actividades de enseñanza. Trato de estar al día para que no me digan "obsoleto".

A todo esto debo añadir la cantidad de privilegios que tiene ser de la Edad Dorada. Rebaja en las comidas de restaurantes, viajes, hoteles, cines, cuentas de hospitales, farmacias, honorarios médicos, etc. También hay descuentos en cuentas de luz y agua, gastos de cierre y comisiones en bancos y financieras.

Se congelan impuestos de inmuebles, no hay que pagar tasas de valorización de propiedades. Y cuando vaya a salir por Tocumen, pagaré la mitad del impuesto. Mi apartado postal: recibirá un descuento por ser "dorado".

Podré hacerme espejuelos cada dos años y pagaré muchos menos que si fuera un jovencito. Realmente son muchos los privilegios que tenemos los que logramos llegar a la Tercera Edad en Panamá. Considero que tal vez lo mejor de esto es que tendré que ser más realista en mis apreciaciones de la vida, aunque no quiero que desaparezca de mí el idealismo que caracteriza a los jóvenes.

 

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