FAMILIA

UN MENSAJE A LA CONCIENCIA
La pena capital por un robo insignificante

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Por Hermano Pablo
California

Ha llegado el momento. Debes acompañarnos», le dijo el guardia al recluso de la cárcel china. Y Xiao Guoqui, de veintinueve años de edad, se resignó a lo que él sabía sería su castigo. ¿Qué otra cosa podía hacer? Su delito era enorme, imperdonable, y él no podía menos que reconocerlo.

En esa fría mañana de mayo llevaron al preso al patio de la cárcel. Allí lo hicieron arrodillar, le abrieron bien el cuello de la camisa y le hicieron doblar la cabeza sobre el pecho. Luego, de un solo golpe de espada, lo decapitaron.

¿Cuál había sido el delito de Xiao Guoqui? Había robado una bicicleta. Ante semejante noticia uno tiene que preguntarse: Pero ¿tanto delito es en China el robar una bicicleta? La respuesta es afirmativa. En China, el país del gusano de seda y de los nombres poéticos, robarse una bicicleta es despojar a un pobre del único transporte que tiene. Robarle la bicicleta es como cortarle las piernas.

No nos debe extrañar que cada delito sea castigado de acuerdo con el daño que produce. Siguiendo esta tesis, ¿qué pudiéramos decir del empleado a quien se le confían los documentos de la empresa, incluso el tesoro, y que se escapa a medianoche llevándoselo todo? ¿Y qué del maestro a quien los padres le confían sus hijos, y éste defrauda esa confianza dándoles enseñanzas que minan su integridad, su moralidad y su fe?

¿Y qué del funcionario de gobierno a quien todo un pueblo le confía su paz, su bienestar y su libertad, para quedar defraudado al quebrantar éste las mismas leyes que se suponía que cumpliera? ¿Y qué del esposo y padre de familia que abandona a la mujer de su juventud y a sus hijos, para darles rienda suelta a sus apetitos carnales?

Para todos estos casos ¿no debiera haber un castigo que vaya de acuerdo con el delito y que exija la restitución de lo perdido? La palabra profética escrita en la Sagrada Biblia lo dice todo. El apóstol Pablo escribió: «No se engañen: de Dios nadie se burla. Cada uno cosecha lo que siembra» (Gálatas 6:7).

Si el chino culpable del robo de una bicicleta recibió la pena de muerte, ¿cuál no será el castigo nuestro por la infracción de las leyes morales de Dios? ¿Habrá salvación para el pecador? Sí. Por eso envió Dios a su Hijo Jesucristo a morir por nosotros. Cristo pagó nuestra culpa. Lo que tenemos que hacer es arrepentirnos de todo corazón y aceptar el perdón que nos ofrece. Él desea ser nuestro Salvador.

 

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