¿Atavismo o ley de herencia?

Hermano Pablo
California
Los guardias de la cárcel se acercaron a la celda de Gerald Gallego. Era la celda de los condenados a muerte. «Ha llegado la hora, Gerald», anunció lacónicamente el guardia. Y Gerald, resignado, comenzó los veinticinco pasos que lo separaban de la cámara de gases. Era el año 1955. Los guardias de la cárcel se acercaron a la celda de Gerald Gallego. Era la misma celda de los condenados a muerte, la misma prisión estatal, la misma frase lacónica, pronunciada ahora por otros guardias: «Ha llegado la hora, Gerald.» Y Gerald Gallego, hijo de aquel ajusticiado de 1955, se encaminó a la cámara de gases. Era el año 1984. El padre y el hijo murieron casi por el mismo delito, en la misma prisión en Lovelock, Nevada, Estados Unidos, en la misma cámara, separados uno del otro por 29 años de distancia. ¿Qué fue esto que ocurrió entre Gerald Gallego padre y Gerald Gallego hijo? ¿La ley de la herencia? ¿El atavismo? ¿La predisposición innata en ambos al crimen? ¿Un pacto diabólico? ¿La presión del mismo medio ambiente malsano ejercida por igual en el padre y en el hijo? Muchas veces citamos, cuando escuchamos casos como éste, el repetido refrán: «De tal palo, tal astilla». O si no: «Hijo de tigre, overo habría de ser». Pero no siempre son pertinentes tales refranes. Es cierto que hay una ley de herencia que reproduce en los hijos algunas características de los padres. Y es cierto también que hay determinado atavismo que lleva al hijo a actuar en condiciones parecidas a las de su padre. Y es cierto también que dadas iguales circunstancias medioambientales, podemos esperar iguales reacciones y actitudes. Pero lo cierto es que cada individuo es precisamente eso, un individuo. Cada individuo es dueño de sus actos y por lo tanto responsable de ellos. Y cada individuo tiene oportunidad de seguir el camino recto, si quiere, o de seguir el equivocado, si así lo desea. Dios hará responsable a cada individuo de los hechos de su vida, sin preguntarle si es hijo de este hombre o es hijo de aquel otro. «Todo el que peque, merece la muerte, pero ningún hijo cargará con la culpa de su padre, ni ningún padre con la del hijo», dice Dios en la Biblia (Ezequiel 18:20). Un día cada uno de nosotros comparecerá ante el tribunal de Cristo. ¿Cómo nos justificaremos entonces? La justificación tenemos que recibirla hoy, recibirla ahora, mediante el arrepentimiento sincero y la fe en Cristo.
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