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Lunes 31 de enero de 2000


MENSAJE
Entre la serpiente y la dinamita

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Hermano Pablo

La señora Betty Foster, anciana de setenta años, era una campesina de Alabama, Estados Unidos. Desde chica había estado acostumbrada a combatir las serpientes de cascabel disparándoles con su escopeta. No había reptil, que pasara a cien metros de la anciana, que saliera con vida de los certeros tiros de su escopeta.

Un día estaba sentada en el balcón de su casa, acompañada de su nieta Teresa, de dieciséis años. Unos hombres trabajaban en el patio reparando un galpón, y la anciana los observaba. De pronto, una larga serpiente comenzó a introducirse suavemente, reptando por el polvo.

Para advertir a los hombres bastaba un solo grito. Ellos se ocuparían de liquidar al reptil. Pero Betty Foster no perdía ocasión de usar su escopeta contra los peligrosos ofidios. Le pidió a la nieta que le alcanzara el arma, apuntó al reptil y apretó el gatillo.

El tiro dio en la serpiente, eso sí, pero también hizo impacto en trescientos sesenta cartuchos de dinamita que había dentro del galpón. La explosión fue tan terrible que la casa voló hecha añicos, y la anciana, su nieta y los dos hombres murieron instantáneamente.

Esta anciana vivía entre dos peligros: las serpientes que continuamente entraban a su patio, y los cartuchos de dinamita guardados en el galpón. Un día esos dos peligros se juntaron circunstancialmente, y el resultado fue desastroso.

Así como aquella anciana, también nosotros vivimos entre dos peligros mortales. En esta vida nos acecha continuamente la serpiente antigua, Satanás, el diablo. Éste procura destruirnos, malogrando todo lo bueno y noble de nuestra existencia. Y al fin de esta vida en el más allá, nos espera la destrucción completa, a causa de esa misma serpiente que nos tienta, nos engaña y nos arruina. ¿Cuál es la solución al problema? La solución es Cristo, el eterno, perfecto y glorioso Señor y Salvador, que nos libra de la serpiente mientras vivimos y de la condenación eterna cuando muramos.

 

 

 

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