CRIMENES FAMOSOS
Un país
aterrorizado

Max Haines
El
asesino del conserje del hotel, asaltó, violó y
mató en su camino a través de Francia a principios
de los años '80.
Es raro que un criminal pueda mantener a todo un país
en las garras del miedo, pero sucede. A principios de los años
'80, Francia soportó semejante situación. Caprichosamente,
asaltaba, violaba y mataba. Para complicar las cosas, atacaba
en diferentes localidades.
El 18 de febrero de 1983, en horas de la madrugada, el hotel
Bristol en Lyons estaba prácticamente desierto. El recepcionista
Angelo Perret observaba displicentemente mientras la puerta del
elevador se abría y un hombre joven salía, portando
una pequeña valija. Con aparente indiferencia, el hombre
colocó la valija sobre un escritorio y extrajo una escopeta
recortada y un cuchillo.
Un huésped del hotel tropezó con la escena,
dio una mirada y se tiró bajo una mesa. Perret no fue
tan afortunado. En un instante el atacante hundía el cuchillo
en el pecho de Perret.
La víctima se las arregló para pasar trastabillando
a través de una puerta. El huésped del hotel corrió
escaleras arriba a su habitación, y cerró la puerta
con llave. Llamó a la policía, la que llegó
rápidamente a la escena. Perret fue encontrado muerto
en un depósito de ropa blanca. Se había desangrado
hasta morir.
El asesino había estado registrado en la habitación
306. Se comprobó que los nombres que dio para el registro
eran ficticios. El huésped del hotel que había
presenciado el asesinato, pudo darle a la policía una
buena descripción.
El asesino era un hombre delgado, de altura mediana, de alrededor
de 30 años, con un bigote negro. Hablaba mal el francés
y tenía un fuerte acento español.
Dos horas más tarde, el conserje de la noche Alain
Cardot en el hotel Ibis en Valencia, a unos 90 kilómetros
de Lyons, estaba ayudando a poner las mesas para el desayuno.
La camarera Ivonne Fischer iba y venía por el comedor.
Sin ninguna advertencia se enfrentaron con un hombre con una
escopeta recortada. Este ató a los dos aterrorizados empleados
e intentó abrir la caja registradora. Cuando se dio cuenta
que no podía hacerlo, desató a Cardot y lo amenazó
con un cuchillo. Cardot sabiamente abrió la registradora.
El asaltante recogió el equivalente a unos 60 dólares.
Furioso por la pequeña cantidad de dinero, golpeó
tanto a Cardot como a Fischer en la cara con la culata del arma.
Cinco días más tarde, el 23 de febrero, el hombre
del bigote recortado sorprendió a Jan y Katerina Smid
mientras dormían en el hotel Sol en Cannes. El asaltante
huyó con algunas joyas y el equivalente a $140 dólares
en efectivo.
La noche siguiente atacó nuevamente. El recepcionista
Robert Bergel del hotel Palma en Cannes, se rehusó a abrir
la caja fuerte del hotel. El asaltante lo apuñaló
en la mano y luego en la cadera, dejando pocas dudas de que mataría
a Bergel si no abría la caja fuerte. La caja tenía
alrededor de 1.000 dólares. Los robos en Cannes tuvieron
amplia publicidad. Como resultado, los ataques se relacionaron
con los de Lyon y Valencia. En marzo, el asaltante del cuchillo
atacó tres veces. Apuñaló a Nicolás
Defeo, de 57 años, hasta matarlo en el hotel Brice en
Niza. Ahora apodado el asesino del conserje del hotel, el hombre
viajó 240 kilómetros a Grenoble. El conserje nocturno
Brahim Mrabet fue atado de pies y manos en el vestíbulo.
El botín fue de 400 dólares.
El sobreviviente Mrabet dio a la policía una descripción
del atacante, la cual confirmó que el asaltante era el
mismo hombre que había atacado a todos los otros hoteles.
La ola de crímenes continuó. El asesino del conserje
del hotel atacó a continuación en Toulon. Esta
vez acechó a la hermosa Marie-Cristine Artus, de 18 años,
mientras entraba a su edificio de apartamentos. La joven fue
forzada a punta de pistola a llevar al asesino a su apartamento.
Una vez allí, ella le dijo que su prometido llegaría
de un momento a otro. No era una estratagema. Phillippe Herr
apareció en el apartamento sólo para enfrentar
directamente el caño de una pistola. La joven pareja convenció
al intruso de que los estaban esperando en casa de un amigo.
Si no llegaban a la cita, sus amigos con seguridad vendrían
a buscarlos. El intruso tenía una solución para
eso. Ellos llamarían a la casa de los amigos desde un
teléfono público porque el teléfono de Marie-Cristine
estaba descompuesto. El se llevaría a Marie-Cristine con
él, mientras Phillippe permanecía en el apartamento,
seguramente atado a una silla. Ningún amigo los esperaba.
Marie-Cristine tenía que pensar rápidamente. Llamó
a sus padres y les dijo que no podrían visitarlos. Como
sus padres no estaban esperando ver a su hija, sospecharon y
corrieron hacia su apartamento. Desataron a Phillippe, pero no
pudieron encontrar a Marie-Cristine por ninguna parte.
El hombre de la ola de crímenes condujo a su cautiva
a Cavaillon, a una distancia de unos 120 kilómetros. A
lo largo del camino, habló con Marie-Cristine, contándole
que era de Uruguay. Le dijo que lo llamara El Bandido. Presionando
un arma contra el costado de la aterrorizada muchacha, pudo obtener
una habitación en el hotel Pergola. Una vez en el cuarto
del hotel, el asesino añadió la violación
a la multitud de crímenes que había cometido, todos
en un solo mes.
A la mañana siguiente la pareja condujo hasta Saint
Raphael. Marie-Cristie sugirió que a su captor le vendría
bien un poco de religión. Este extraño hombre la
sorprendió cuando aceptó su sugerencia y se detuvo
en el estacionamiento de una iglesia. Ambos entraron. Mientras
mantenía el arma contra Marie-Cristine, El Bandido se
arrodilló y rezó por algún tiempo.
Luego condujo hasta la estación de tren, le dio a Marie-Cristine
algún dinero y desapareció entre la multitud de
viajeros.
Esa misma noche, el reino del terror continuó. El hombre
conocido como el asesino del conserje, consiguió entrar
al apartamento del coronel retirado Jean Coguillot y su esposa
Yvette. Como estuvieron lentos en cooperar, baleó al coronel
en la cadera y a su esposa en el hombro. El asaltante armado
recogió alrededor de 400 dólares y un surtido de
joyas.
Retornando a Cannes, este extraordinario criminal entró
al apartamento de Pierre y Paulette Cohen. La anciana pareja
tenían como huésped a su nieta que estaba durmiendo.
Esta vez el asesino del conserje buscó algo más
grande y mejor. Después de recoger todo el dinero y las
joyas que había en el apartamento anunció que aceptaría
cheques. Hizo que Cohen escribiera un cheque por 20.000 francos
y luego se instaló para pasar la noche. Informó
a los Cohen que lo acompañarían al banco en la
mañana.
El no invitado huésped de los Cohen se volvió
muy sociable. La señora Cohen le preparó un bocadillo
y ante su insistencia, le lavó el cabello. A la mañana
siguiente, acompañado por los Cohen, cobró el cheque,
les agradeció su hospitalidad y desapareció en
la multitud fuera del banco. Los Cohen fueron a la estación
de policía más cercana e informaron del incidente.
El asaltante viajó por tren hasta Saint Raphael, donde
se registró en el hotel Geneve, comió opíparamente,
flirteó con la camarera e hizo evaluar las joyas de la
señora Cohen. El dueño de la joyería, Claude
Veron-Roque, quedó impresionado. No era a menudo que se
le mostraran piezas tan valiosas. El extraño le dijo al
joyero que estaba apurado para tomar un tren, pero que estaría
de regreso al día siguiente para terminar la transacción.
A la mañana siguiente el señor Veron-Roque y
la camarera, quedaron impactados cuando la Saint Raphael Gazette
y la mayoría de los periódicos de Francia mostraron
un dibujo de la policía del agradable hombre que habían
conocido el día anterior. Ambos se apuraron en informar
a la policía. Los detectives entraron a la habitación
del hombre buscado. Esta contenía un verdadero arsenal
de armas, así como dinero y las joyas de la señora
Cohen. El hotel y la estación fueron puestos bajo vigilancia
de la policía, esperando el retorno del elusivo bandido.
A las 8 de la noche, un hombre joven que concordaba con la
descripción del asesino bajó del tren de Marsella.
En segundos fue rodeado por la policía y detenido sin
incidentes. El asesino del conserje resultó ser Fernando
Alonzo de Celada, un argentino que había tenido problemas
con la ley desde los 13 años. Tenía prontuarios
en Argentina, Brasil, las Islas Canarias y España antes
de llegar a Francia en 1983.
De Celada fue juzgado por los asesinatos de Angelo Perret
y Nicolás Defeo. El se declaró insano, pero la
fiscalía tenía un imponente equipo de psiquiatras
que testificaron que estaba cuerdo. Declararon que era uno de
los criminales más peligrosos que hubieran conocido nunca.
Fernando Alonzo de Celada fue encontrado culpable y sentenciado
a cadena perpetua, una sentencia que todavía está
cumpliendo.
Miller Features Syndicate Inc.
Distr. por Editors Press Service, Inc. 0207
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