MENSAJE
El niño que nadie quiso

Hermano Pablo
La doctora Herta Hoffinger del hospital de Zwebruecken, República Federal Alemana, se puso los guantes de goma. Tenía ante sí un caso común y corriente. Un aborto. Un aborto que era legal, aprobado por las autoridades. Anestesió a la paciente y comenzó el procedimiento. Increíblemente, a pesar de su conocimiento y experiencia, todo le fue saliendo mal ese día. El aborto fue un completo fracaso. ¡El niño nació vivo y sano, y con tremendas posibilidades de vivir! La madre demandó a la doctora porque no le mató a su hijo. Las autoridades estatales le reprocharon su incompetencia como médica abortera. Y en la cunita quedó el niño que nadie quería: ni la madre, ni la doctora, ni el estado ni la sociedad. Lloraba solito, y llegaría a preguntarse: ¿Por qué? El destino y la suerte suelen jugarnos trampas, aun hasta cuando se trata de abortar. He aquí un aborto que sale al revés, que resulta fallido. En lugar de salir del vientre de la madre hecho pedazos, el bebé sale sano, fuerte, con ansias de vivir, de respirar, de mamar y de sentir el calor de la vida y del amor. El problema consistía en que nadie quería al niño. La madre lo rechazó: ¡de haberlo querido tener, nunca hubiera ido a la clínica! El estado alemán no lo quería: ya había autorizado el aborto. La sociedad no lo quería: el niño no tenía padre ni madre, no tenía nombre ni apellido, no tenía seguros ni herencia. Tampoco lo quería la doctora Hoffinger, porque ese niño vivo sería un permanente recuerdo de su fracaso como profesional. ¿Quién iba a querer a ese niño? Tal vez habría algún matrimonio sin hijos que lo quisiera, y el bebé de Zwebruecken iría a algún hogar, donde una mujer amorosa lo recibiría en sus brazos, y un padre bueno le daría su apellido y su protección. Lo cierto es que aunque nadie quería a ese producto de la concepción, a ese aborto fracasado, ¡Dios sí lo quería! Porque Dios respeta mucho más la vida y la personalidad humana que los hombres. Por ese niño, Cristo murió en la cruz. Dios tiene derechos sobre él. No importa que aquel niño haya sido el fruto de un pecado. No importa que el estado lo haya mandado matar, y que una doctora en un mal día no haya podido cumplir la orden. A ese niño abandonado y solo en este mundo Cristo lo hizo a su imagen, murió y resucitó por él, y lo ama. Y eso es suficiente.
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