HOJA SUELTA
Solo en el baño

Eduardo Soto P.
En la casa de los pobres, aquel tugurio sanfelipeño donde fácil se tullían la moral y los sueños, había un retrete para 50 personas. Todos compartíamos las esperanzas, la parrilla del enorme cuarto de baño y el tufo. La palabra privacidad no existía en el diccionario de la vecindad sin fortuna; pero no importaba, porque allá se pensaba en sustantivos más sencillos: arroz, pan, electricidad, quincena, sardinas y...¡parranda! Las filas para usar “la toilette”, como dirían los franceses, eran interminables a las cinco de la madrugada, cuando se levantaba en pleno la vieja casona para excretar la parte más miserable de sus vidas. Sí, muchos chiquillos fueron atrapados mirando desnudeces ajenas por los hoyuelos que quedaban cuando se sacaban los clavos de la madera apolillada. Puedo decir que tamaña felonía no aparece en mi prontuario juvenil; fui discreto. Cuando el destino puso a los pies un baño sólo para mi familia (¿a los pies?), creí que todo sería felicidad. Y empecé a soñar: Podría demorarme el tiempo que quisiera; iba a leer sin freno, meditar y escribir; y lo que es mejor, nadie estaría allá afuera, detrás de aquella puerta, gritándome “¡apúrate, gordo!”. Pero no conté con mis hijos. Cuando llegaba cansado del trabajo, ansioso y loco de ganas por meterme en la burbuja mágica en que se había convertido el excusado, esos chiquillos se ponían de acuerdo para meterse en pandilla conmigo a hablar de todo un poco, y a ponerme quejas el uno del otro. La madre de los chicos tuvo la visión de construir una habitación adicional en la parte trasera de la casa, con baño privado: ¡El cielo - pensé-, al fin el cieeloo! Pero otra vez pudieron más los chiquillos. Están en todas partes, pidiendo tiempo y atención. Siempre aparece uno de ellos cuando menos se le espera. Han convertido mi habitación, que se supone era una cámara secreta para papá y mamá, en depósito, cuarto de juego, sala de estudio, restaurante y gimnasio. Y me quitaron el baño. No pude más y me rendí. Sé que tendré que esperar no menos de 20 años para tener un retrete para mí solo. Y me resigné porque la verdad es que soy papá de niños tan pequeños y traviesos temporalmente. Van a crecer y se irán, y estaré por fin en mi “burbuja” con mis libros. Y entonces los extrañaré... Un buen día voy a parar en seco la lectura y me sentiré el viejo más triste del mundo, cuando me dé cuenta que estoy verdaderamente solo... y en un retrete.
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