Las lecciones del 9 de Enero

Por: Rafael Ruiloba
El 9 de enero la historia dejó de ser el crimen perfecto porque la gesta produjo un nuevo reencuentro con la tradición libertaria del pueblo: permitió la liquidación del estatuto colonial. Sobrepasó la capacidad represiva del Estado; destruyó los tres pilares de nuestra fatalidad; la desvalorización que tenía el pueblo de sí mismo, la ausencia de un ideal común y la voluntad para realizarlo. Nos permitió superar el síndrome de las derrotas sociales acumuladas desde el fusilamiento de Victoriano Lorenzo. Con el 9 de enero el pueblo panameño se encuentra con la tradición libertaria de las luchas bolivarianas, con la dignidad del incidente de la tajada de sandía; con las enseñanzas de Victoriano en la Guerra de los mil días, con la resistencia popular contra la toma de Chiriquí y Veraguas; con el valor demostrado en la Guerra de Coto, la resistencia y el martirio sufrido en las intervenciones endémicas, la lucha contra el sistema inquilinario y la exclusión social. La gesta patriótica no fue un acto casual, sino el resultado de la acumulación histórica de un pasado de lucha. Esta trascendencia se destaca también porque en enero de 1964 el pueblo encuentra la madurez que le da la capacidad de superar las diferencias ideológicas y políticas, artificiales e interesadas, para acceder a un ideal común. En este contexto la conciencia social resultante fue capaz de promover la decantación de los intereses particulares de las capillas partidistas, que asumían la lucha por la soberanía como un instrumento para ampliar sus posibilidades de negociación con los poderes coloniales. La nueva conciencia política moviliza al pueblo a favor de la liquidación del estado colonial, el perfeccionamiento de la independencia nacional con la recuperación de la soberanía en todo el territorio nacional. La bandera panameña fue reivindicada como símbolo de nuestra nacionalidad y estandarte de nuestra dignidad. Con 21 mártires y más de 500 heridos, el desborde del fervor popular nacionalista permitió que el pueblo fuese protagonista de su propia historicidad, sin los controles ideológicos del poder, sin las triquiñuelas de la propaganda y sin las consabidas traiciones bajo la mesa. La sangre derramada como en la tragedia de Eurípides, se convierte en fuerza moral de redención y se abre a un nuevo ciclo histórico. ¿Culminó el 31 de diciembre de 1999? La onda de libertad que generó destruyó en nuestra conciencia social los tres pilares de nuestra fatalidad: la ideología de la derrota, el mito de la perpetuidad la división interna que impedía el ideal común para la recuperación de la dignidad nacional. Estos factores de nuestra fatalidad se destruyeron el 9 de Enero de 1964. Dejamos de ser pasivos y ganamos la conciencia de querer ser y pagamos el alto precio de la dignidad de ser panameños. La sangre derramada de los héroes y los mártires nos permiten recuperar la dignidad ante la comunidad internacional. Durante esos días de gloria Panamá fue el émulo del sacrificio latinoamericano, los representantes del valor de una comunidad cultural. No hubo nación, organización nacionalista o revolucionaria, hombres de buena voluntad o patriotas que no se sintieran indignados por el colonialismo rampante y artero o fueran estremecidos por el valor de los patriotas panameños, enfurecidos o impotentes que con la bandera nacional desafiaban a la muerte y ofertaban sus vidas. El 9 de Enero surge un nuevo espacio para la cultura, un escenario sacro que no le pertenecía a nadie sino a todos, porque en la continuidad de la gesta estaba el futuro de la nación.
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