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Sábado 13 de enero de 2001



Razones de Compasión

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Hermano Pablo
California

Arnfinn Nesset, noruego de cuarenta y seis años de edad, limpió cuidadosamente el brazo del paciente. Llenó la jeringa de líquido, y con sumo cuidado insertó la aguja en la vena. Oprimió la espiga, y el líquido penetró, lento, seguro, indoloro.

El paciente, un anciano de noventa y dos años, respiró aliviado. Sus dolores, dolores de la vejez, se fueron aliviando. Al poco rato, el anciano estaba rígido, frío, sin vida. Había recibido una fuerte dosis de Curacit, veneno que mata causando parálisis total.

Arnfinn Nesset, director de una Casa de Reposo para ancianos en Tronheim, Noruega, repitió la misma operación veinticinco veces, con otros veinticinco ancianos. Por supuesto, lo arrestaron, enjuiciaron y condenaron a veintiún años de prisión. El jurado, que deliberó cinco meses antes de emitir su fallo, dijo que Nesset había matado a los ancianos «por razones de compasión.

He aquí un caso humano que, por repetirse muchas veces en diversos países de este mundo, merece atención. Nesset era director de una casa de convalecientes. Todos los pacientes eran ancianos que tenían entre setenta y noventa y cinco años de edad.

Muchos de estos ancianos sufrían intensamente, no sólo dolores físicos sino también abandono, soledad, tristeza y remordimientos. Nesset pensó que ya nada podían esperar de la vida y nada podían darle a la vida. Cada día que pasaba era una carga más para ellos. ¿Por qué no aliviarles el sufrimiento con una inyección que mata lentamente y sin dolor, angustia o agonía?

Así que llenó las jeringas con Curacit y fue vertiendo el veneno en las venas de los ancianos.

Muchas veces, con relación a crímenes semejantes, los abogados defensores aducen «razones de compasión». Alguien mata a un anciano decrépito o a un enfermo incurable que sufre terriblemente, con el único motivo de aliviar sus sufrimientos, para darle de una vez el descanso que necesita y merece.

Tal vez haya un verdadero motivo de compasión. Tal vez no. Sólo Dios conoce el fondo del corazón humano. Pero la vida humana, la vida de cualquier ser humano, está en las manos de Dios, y sólo Dios sabe cuándo debe ser el momento preciso en que el aliento se corte y el polvo vuelva al polvo, y el espíritu vuelva a Dios, que lo dio.

En estos casos, como en todos los casos morales de nuestra existencia, necesitamos la dirección, la inspiración y la justicia que sólo Cristo da.

 

 

 

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