OPINION

HOJAS SUELTAS
Esas peleítas

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Por Eduardo Soto P.
Periodista

Una de mis hermanas, hace más de 25 años, tuvo un novio de lágrima fácil. Era un "mamas’s boy" que todo lo tenía: carro, escuela privada, dos casas, ropa de marca y hasta una moto, en la que se llevaba a mi hermana en un estrepitoso paseo corsario por toda la ciudad. Por supuesto que nuestra madre ardía de ira cuando esos dos se escapaban, y con las vestiduras rasgadas juraba al cielo arrancarles las cabezas cuando volvieran.

Un día la vieja pudo cumplir su promesa y afiló su arma preferida: el palo de la escoba. No recuerdo el detalle exacto, pero sé que el tipo algo le hizo a mi hermana, quien llegó anegada en llanto por la afrenta, creo que un ojo hinchado, para refugiarse en las faldas de mamá. Cuando arrepentido regresó a pedir disculpas, mi madre ya estaba preparada, y como guerrero vikingo bajo el quicio de la puerta, palo de escoba en ristre, impidió su entrada a la casa.

Cuando el hombre intentó pasar, empezó la parte alta del noveno. El muchacho se echó a llorar, y entre gemido y ayes hablaba de amor eterno por mi hermanita, mientras la vieja en su santa reprimenda bateaba un hit, y otro, y otro. A todo esto, mi hermana sólo miraba la escena, igual que yo. Pero cuando vio a su conflictivo amor de rodillas, abatido por la paliza recibida (como si se la hubiera dado Sammy Sossa), la chica se lanzó en su auxilio, y detuvo con una mano de Sansón el último de los escobazos, mientras con la otra abrazaba tiernamente a su noviecito, quien como conejillo herido se refugió en su regazo, y aunque nadie más lo vio, a mí me parece haber percibido una sonrisita pícara en su boca.

Después de eso, todos en casa aprendimos, y en carne viva, que en pelea de marido y mujer nadie se debe meter.

Al menos eso creía yo hasta hace unos años, cuando otros hechos me han abierto los ojos y el corazón.

Y dos episodios en particular me estremecieron esta semana. Uno empezando el año, el 1 de enero, cuando un marido celoso macheteó a su ex mujer y al nuevo amor de ella, para luego atar un cordón eléctrico a su propio cuello y quitarse la vida delante de sus hijos. Otro de los hechos ocurrió en 1999, cuando un tipo también consumido por los celos, mató a punta de cuchillo a su joven concubina y, peor aún, a su hijita de 19 meses de edad. Él intentó quitarse la vida, pero falló, y el viernes anunciaron su condena de 20 años de cárcel.

En los dos casos la sociedad cometió el error de no meterse en pelea de marido y mujer. Estos hombres golpeaban a sus compañeras, pero las corregidurías no quisieron poner mano dura, y permitieron que ellos siguieran viviendo bajo el mismo techo con sus víctimas. Incluso, en el último de los casos referidos, la propia autoridad al ver llorando al tipo, le pidió a la hoy difunta que le diera una oportunidad, porque era un hombre que -decía el juez- estaba sufriendo por amor.

Por eso ahora pienso que debo meterme en esas aparentes peleítas inocentes. Porque si no lo hago, si no lo hacemos todos como sociedad, principalmente el sistema de justicia de familia que está fallando, seguiremos arrugando el rostro por la repugnancia cuando sepamos que un grupo de niños vio, cual si fuera una película de horror, cómo papá mató a mamá en un arranque de celos.

 

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