MENSAJE
Otro que
tal baila
Hermano Pablo
Crítica en Línea
Un empresario
brasileño, Mike Giordano, quiso imitar la «Maratón
de Baile» que tiene éxito en los Estados Unidos.
Para lograr el triunfo deseado lanzó una costosa campaña
anunciando la llamada maratón durante tres días,
en el estadio Maracanazinho de Río de Janeiro.
La noche del debut, sin embargo, fue todo un fracaso. En el
escenario había una orquesta de doce músicos, un
cuerpo de baile de diez coristas encabezadas por una famosa vedette,
y un famoso cantante.
En la pista sólo había quince parejas bailando.
En la tribuna, tres espectadores. Había cincuenta personas
más, pero éstas eran vendedoras de sandwiches y
café. Las pérdidas fueron cuantiosas.
Llegó el momento de entregar los premios a los ganadores.
El empresario había prometido tres mil dólares
de premio y un automóvil que valía otros cuatro
mil, pero al señor Giordano no lo pudieron encontrar por
ningún lado. Se descubrió después que viajó
esa misma noche en un vuelo directo hacia Miami.
Se trata de un fraude más de los tantos que se dan
en este mundo. Este es original por las características
en torno al evento: promesas que no se cumplieron, demasiado
gasto, y el público que no apoyó con su presencia;
pero al fin y al cabo sólo fue perjudicada una pareja
de bailarines, y la única pérdida que éstos
sufrieron fue su gran cansancio.
¡Cuántas historias de fraudes vemos a diario!
Grandes empresas que defraudan a humildes personas, a pequeños
ahorristas que creen en la honestidad de dichas empresas e invierten
en ellas lo que quizá les ha costado toda una vida.
¡Cuántos dramas ha desatado la deshonestidad
de algunas personas! Ya lo dice la Biblia: «Nada hay tan
engañoso como el corazón. No tiene remedio. ¿Quién
puede comprenderlo?» (Jeremías 17:9).
Claro, estos son casos extremos de deshonestidad. Quizá
pensemos nosotros que jamás llegaremos a hacer tal cosa.
Pero ¿qué de las «pequeñas deshonestidades»,
aquellas que pensamos que porque nadie nos ve, no tienen importancia?
¿Qué del quedarnos con un dinero que no nos pertenece,
el que por equivocación nos entregaron de más?
¿Qué, pues, de estos «pequeños fraudes»
que tal vez cometemos a diario?
Para Dios, que conoce nuestras intenciones, eso que es tan
«pequeño» para nosotros lleva un nombre y
es el mismo del fraude grande: «pecado». Pero es
por ese pecado, así como por los pecados más grandes
y tremendos, que Cristo murió en nuestro lugar.
¿Por qué no recibimos hoy mismo al Señor
Jesús como nuestro Salvador?
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