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Miércoles 14 de febrero de 2001



Pixlote

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Hermano Pablo
California

Eran tres menores: tres chicos, todos ellos por debajo de los diecis�is a�os. Se pusieron m�scaras en el rostro, se calaron un gorro hasta los ojos y, empu�ando pistolas, asaltaron un comercio. Robaron dinero y otras cosas de valor.

Perseguidos por la polic�a, los tres jovencitos fueron apresados. Uno de los j�venes era Fernando Ramos Da Silva, de Brasilia, Brasil. Tiempo atr�s, Fernando hab�a protagonizado una pel�cula brasile�a llamada �Pixiote�. Pixiote es el nombre que se le da en Brasil al joven delincuente, el mismo que se llama golfo en Espa�a, gam�n en Bogot� y sabandija en el R�o de la Plata.

El joven Fernando, al ver paralizada su carrera en el cine, decidi� vivir en la vida real su personaje de la pel�cula. L�stima que err� el camino, lo cual lo llev� a ser sentenciado y condenado.

Muchas veces la realidad de nuestra vida supera a la fantas�a que podemos atribuirle. Mucha gente que vive so�ando sue�os imposibles, de pronto se ve envuelta en aventuras que recuerdan, y aun superan, sus m�s locas fantas�as.

Un joven artista norteamericano se suicid� despu�s de haber encarnado, en un papel breve como extra, a un muchacho que se suicid� at�ndose cartuchos de dinamita en el pecho. Otro, que en una obra teatral ten�a que imitar un ataque de locura furiosa, desempe�� con tanta maestr�a su papel que termin� en la vida real completamente loco.

Cuando se rompe en nuestro cerebro el delgado tabique divisorio entre la verdad y la fantas�a, entre la conciencia y la imaginaci�n, entre la raz�n y la sinraz�n, el resultado es una acci�n desequilibrada y destructiva.

�C�mo podemos hacer para mantener siempre, constantemente, el equilibrio mental, para no hacer de la realidad, fantas�a, y de la fantas�a, realidad? Poniendo nuestra mente y nuestro coraz�n, los dos elementos vitales de nuestra personalidad, en las manos de Cristo. Haciendo de Cristo no s�lo el Salvador de nuestra alma, sino el Maestro de nuestra vida y el Se�or de nuestra voluntad.

S�lo con Cristo y por medio de Cristo mantenemos el perfecto equilibrio moral y mental para poder ser personas cabales, �ntegras, sanas, y felices. Porque s�lo Jesucristo, el Se�or perfecto, puede hacer perfecta nuestra alma.

 

 

 

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