La historia de la Humanidad ha dado figuras y personajes que, como grandes héroes y guías de la espiritualidad, fomentan la búsqueda de la verdad y la concordia.
Este 25 de diciembre, los cristianos celebramos la llegada del Redentor, aquel que las Sagradas Escrituras previeron su nacimiento hace 2, 000 años en Belén de Judá. Jesucristo vino al mundo para redimir el pecado de los hombres, que se separaron de las leyes de Dios y no comulgaban con el objetivo de hacer el bien.
Igual que el Mesías cristiano, otros hombres antecedieron ese esfuerzo por encontrar un entendimiento entre Dios y la Humanidad. Buda lo hizo antes que naciera Jesús de Nazareth, luego otros 600 años después de la Natividad, Mahoma lanzó su campaña santa para islamizar a los pueblos paganos de Arabia.
Sea cual fuera la religión que uno profesa, cabe recordar que el hombre debe respetar las creencias del prójimo, aunque son diferentes a las aceptadas. El ecumenismo, es decir, la integración y reconocimiento de las religiones, es vital para este mundo convulsionado que vivimos hoy en día.
Jesucristo buscó esa meta en su predicación en la Tierra de Israel. “Amar al prójimo como a ti mismo”, decía el Evangelio. ¿Porqué no podemos emular este nuevo mandamiento que dispuso el Mesías cristiano?
Tampoco el hombre puede desligarse de Dios en su caminar por este mundo. No somos nadie sin Yahvé, Jehová, Alá o como lo queramos llamar. El Creador es el mismo Dios único para todos los monoteístas, sólo fíjense en la Torah, la Biblia o el Corán.
En el afán por encontrar nexos en común entre cristianos, judíos y musulmanes, el Papa Juan Pablo II intentó un acercamiento con estas comunidades, siguiendo los pasos del Ecumenismo.