La Navidad no tan solo es la época en que celebramos el nacimiento del Niño Dios, es también una festividad que nos permite hacer renacer las esperanzas. Es también temporada propicia para pasar a revisar esa agenda de proyectos y convertirla en un listado de verdaderos propósitos de cambio.
Esta Navidad, en particular, ha sido precedida por situaciones marcadas por la incertidumbre como la quiebra del sistema capitalista, promovido por la codicia, la ambición, la guerra y una creciente dosis de egoísmo. Sin embargo, a pesar del sombrío panorama, la Navidad nos permite reinventar la esperanza.
Hemos podido también comprobar que no es el poder de las armas ni la abundancia de dinero lo que garantiza el éxito y la felicidad; al contrario, es la aceptación de la presencia de Dios en nuestras vidas lo que nos permite aspirar a encontrar la paz y el progreso.
En Panamá, por ejemplo, nos enfrentamos a una situación política y electoral caracterizada por la adhesión a lo material y a los intereses personales de sus protagonistas; sin embargo, no conocemos cuáles son sus verdaderas intenciones, de llegar a regir un país que clama por justicia, igualdad y seguridad.
Por ello, se impone reflexionar ante estas señales que se dan en todo el mundo, porque todavía estamos a tiempo de elegir el mejor destino posible, si para ir a las urnas, imploramos la sabiduría de Dios como fuente principal de toda decisión.
También hemos recibido la advertencia de la naturaleza, hastiada de seguro, por los elevados niveles de malevolencia, de crímenes ecológicos y humanos, por la violencia y por la intolerancia que impera.
Todavía podemos buscar a Dios y encontrarlo, pero debemos ir en su búsqueda con un corazón solidario, con el mensaje de Cristo como guía para abandonar la soberbia y el egoísmo.
Esta Nochebuena, debemos elevar una plegaria al Creador para que mantenga sus bendiciones sobre esta tierra y para ser siempre instrumentos de su gloria y su misericordia.